PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 1                                                               ABRIL-MAYO 2002
página 5
 

SOBRE EL PROBLEMA VASCO

Descartes definió sólo posible el progreso del pensamiento a partir del acotamiento de ideas claras y distintas. Los políticos, a quienes se les concede la presunción del saber, parece que obviaron de su estudio las tesis del filósofo renacentista; de ahí, la profusión de sus confusos idearios.
Cuando uno oye lo que oye en relación al problema vasco, no puede aislar la tentación de intentar manifestar sus ideas sobre la cuestión de un modo sistemático.
Con la ayuda del referente cartesiano, se podrían distinguir y representar en un esquema de coordenadas las dos cuestiones fundamentales que se cruzan en el problema vasco. Por un lado está la discusión sobre la legítima soberanía del pueblo para ordenar la sociedad del modo más conveniente. Por otro, el recurso a la violencia y la represión para imponer una determinada ideología.
Si, distinguiendo, asignamos en el eje de las abcisas el ordenamiento social y en el eje de ordenadas el recurso a la violencia, obtendríamos un campo con el esquema siguiente:












El eje de las abcisas representaría la legitimidad de un pueblo a discutir sin coacción cualquier alternativa social. En esta dirección no existen “las verdades” más allá de la búsqueda del bien de los ciudadanos, al que ha de llegarse por el contraste dialogado de los pareceres.

El eje de las ordenadas representaría la actitud de imponer las ideas mediante la fuerza.
A la hora de asignar valores éticos y morales, tendríamos que cualquier planteamiento en el eje horizontal, en principio, sería válido, porque ni la situación de las fronteras, ni la distribución de costumbres, ni las formas de estado, ni las expresiones sociológicas, son determinadas por la naturaleza sino abiertas a la prospectiva histórica de la construcción social. Por eso, cualquier desplazamiento sobre el eje de las abcisas debe considerarse positivo, superando simbolismos de sentido.
El eje vertical, en contra, representaría la actitud, tan antigua en el hombre como la misma historia, de la utilización de la fuerza como recurso de coacción para imponer criterios sociales. Esta actitud, ética y moralmente reprobable, representaría un valor negativo, bien fuera ejercida por el poder constituido o por la acción revolucionaria.
Nuestro gráfico de coordenadas podría quedar representado asignando las tendencias políticas opuestas, de la siguiente forma:

 
 
 










Como queda dicho anteriormente, las posiciones derecha e izquierda, arriba y abajo, no presuponen valor deíctico, ya que hemos variado las valoraciones clásicas cartesianas en los sentidos del eje por la asignación de las mismas a las direcciones ortogonales.

Con este planteamiento se puede explicitar: la posición de cada cual en el debate social, la carga de violencia del discurso o la capacidad de proyectarse en un auténtico debate político sin más límites ni cortapisas que el derecho natural.
Así, de un modo objetivo podría representarse analíticamente el mapa político de las diversas tendencias en función del rol que ejercen en la sociedad.

 
 
 












El ámbito 1 estaría constituido por quienes defienden el derecho de la sociedad a opciones de autodeterminación, desde el diálogo social y con expreso rechazao de la violencia.

El ámbito 2 lo ocuparían quienes para la consecución de la autodeterminación hacia un estado nacionalista, justifican la concurrencia de la violencia revolucionaria.
El ámbito 3 sería de quienes en la realidad utilizan el sentimiento revolucionario y su violencia como un estatus de promoción; quienes a su vez rechazan cualquier proceso de paz desarrollado democráticamente porque su poder desde la minoría sólo se mantiene por la fuerza de las armas.
El ámbito 4 lo ocuparían los que se amparan en la existencia de la acción armada revolucionaria, para justificar la imposibilidad del progreso en el diálogo político.
El ámbito 5 sería el de quienes democráticamente defienden el progreso social en la integración del país vasco en España y desde él en Europa.
El ámbito 6 estaría representando a quienes consideran las fuerzas institucionales del estado como garantía de la estabilidad del estado tradicional.
El ámbito 7 estaría ocupado por quienes defienden los procesos históricos como consolidados, y legitiman el recurso coactivo de las instituciones para impedir toda evolución política.
El ámbito 8, quienes aprovechan la acción represiva histórica o actual, como valor en sí mismo para la reivindicación independentista.
Estas posiciones, en las que se podría ir reconociendo los partidos políticos, y dentro de cada uno de ellas sus determinadas tendencias, más o menos democráticas, más o menos violentas, determinan lo recriminable y lo aceptable sobre una mesa de negociación, así como lo entitativamente jurídico, discriminando lo que en cada posición pertenece a valores políticamente legítimos (abcisas) y delictivos (ordenadas).
Por esta línea parece discurre el sentir de la mayoría del pueblo vasco, cuando propugnan diálogo, diálogo y diálogo.
Frente a la demanda social, las posiciones de los partidos parece que se decantan únicamente en el contraste de los valores negativos, de la mutua adjudicación de la responsabilidad de la violencia. Y esa controversia en el eje negativo no parece permitir la viabilidad del eficaz diálogo para la paz, que no puede sino ser fruto de la reflexiva confrontación de los distintos planteamientos sociales.
El problema político, que se centra en el proceso de articulación de la soberanía, rémora de los márgenes posibles en que se desarrolló la transición, exige de los partidos y en general de la sociedad vasca el concurso de una mesa de consenso con miras más altas de la rentabilidad de poder político; y bajo el principio democrático que el progreso no está en el vencer sino en el convencer.

 

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