PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 1                                                               ABRIL-MAYO 2002
página 8


URBANISMO MÁS DINÁMICO


El efecto del paso del tiempo es indiscutible. Esta situción lineal es la que marca la dirección del progreso; sobre el saber del ayer se suma cada nuevo esfuerzo intelectual y se consigue lo que hemos venido a denominar desarrollo.
La sociedad, el entorno del hombre, cambia, mejora -consideramos- y surge cierta oposición entre lo viejo, que por caduco debe ser relegado, y lo nuevo que viene a sustituirlo y a prestar mejores servicios al hombre.
El pasado, la historia, tiene un valor innegable, e incluso en el orden del bien hay quien considera que cualquier tiempo pasado fue mejor; pero parece que la apuesta por la modernidad, por el progreso y el desarrollo son valores que han ganado posiciones en la sociedad.
Uno de los componentes de la modernidad es la aceleración en la sustitución de los objetos de consumo. Mientras antiguamente los elementos se utilizaban hasta su deterioro, hoy en día la vida útil de las manufacturas se considera, no hasta que deja de poder prestar servicio, sino hasta que puede ser sustituida por otra cuyas prestaciones sean más rentables. Esta evolución en la estructura del consumo es un hecho real, con independencia de los contravalores éticos que por unos les sean adjudicados.
Hoy, mi intención es recalcar como en ese aparente desarrollo social se forman guettos, donde sólo con mucha dificultad penetra la modernidad del cambio.
Uno de esos reductos es el urbanismo. Las ciudades crecen, se desarrollan en estructuras próximas a círculos concéntricos, pero cada uno de esos ámbitos se mantiene como reliquias del pasado.
Si los aviones, los automóviles, los electrodomésticos, los muebles, las fábricas, etc., cambian, se sustituyen por las que reúnen condiciones más apropiadas para servir a los ciudadanos, ¿por qué los edificios han de mantenerse aun cuando sus condiciones de servicio sean precarias?
En los centros de las ciudades, edificios de antaño albergan viviendas que no reúnen las mínimas condiciones de salubridad. Deficientes de ventilación, con humedades, con las estructuras carcomidas, servicios sanitarios deficientes, instalaciones eléctricas arcaicas, sin ascensores, sin aparcamientos, infectados de cucarachas y otros parásitos. En general, viviendas que no responden a las condiciones lógicas de habitabilidad, contenidas en edificios deficientes que con cierta periodicidad se convierten en protagonistas de hundimientos por agotamiento material.
La conservación de estos núcleos hace que su entorno urbanístico quede afectado a la misma inmovilidad, y calles construidas en otros tiempos no permiten el tránsito de vehículos y servicios de la era moderna. Se acaban por convertir en barrios marginales al progreso y desarrollo.
Dos son las razones profundas que socialmente impiden la modernidad del desarrollo urbanístico:
   1. La confusión de valores entre lo viejo y lo antiguo.
   2. La vinculación del suelo a la propiedad perpetua.
La primera de ella se basa en la necesidad de diferenciar a la hora de consolidar valores patrimoniales, lo que simplemente es viejo de lo relevante antiguo por portar determinados valores históricos o estéticos. Mantener lo viejo por viejo, es condenar a la ciudadanía al inmovilismo urbanístico. Otra cosa es conservar determinados edificios antiguos, no porque sean viejos, sino porque sus valores artísticos los convierten en singulares joyas del patrimonio. En una forma sintética, se podría convenir que lo vulgar en los siglos pasados, sigue hoy siendo vulgar; y lo que se diseño como emblemático y distinguido, hoy sigue posiblemente portando esos mismos valores.
Por tanto, en el juicio de la ordenación urbanística, debe primar más la remodelación de las ciudades a las necesidades actuales de los ciudadanos, que la conservación de vetustas estructuras expresión de épocas superadas.
La segunda de las razones es contra de la modernidad se refería a la vinculación del uso del suelo con la propiedad perpetua; este sistema supone una enorme traba a la reordenación de los barrios, por el derecho a la porción de suelo de cada propietario. Si se tiene en cuenta la caducidad del urbanismo, y la necesidad de su reordenación con el paso de los decenios de años, habría que considerar el derecho de la propiedad como temporal y no como perpetuo. La reorganización del derecho de propiedad sobre el suelo de este modo permitiría el control especulativo del mismo y su afectación en cada tiempo a las necesidades sociales que fueran convenientes.
Para que los ciudadanos no queden atrapados en estructuras arcaicas, se hace necesario que quienes les gobiernen asuman la responsabilidad de la modernización sostenida, y apara ello además de una alta dosis de imaginación que concrete planes eficientes, se precisa la evolución de las mentalidades para crear los marcos sociológicos adecuados a las reformas que la modernidad exige.

 

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