PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 10                                                                                                      SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2003
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EL ALMA DE LA LIBERTAD


 
Uno de los mayores peligros de esclavitud del siglo XXI se cierne en la falta de fundamentación metafísica de la libertad, lo que unido a la exaltación de la naturaleza puede conducir a la consolidación de las corrientes necesitaristas, justificativas a la larga de la evasión de la responsabilidad personal, en especial en lo que afecta a la globalización de los actos sociales.
El análisis de la libertad desde los remotos filósofos griegos coincide con la percepción que de la misma se hacen los ciudadanos ilustrados: El dilema entre necesidad y libertad se salda con la suficiente abstracción de la libertad que la salva como concepto moral sin apenas repercutirla de trascendencia real. En el ámbito moral se reconoce la voluntariedad y responsabilidad del acto, pero la proyección del ámbito moral sobre la realidad cotidiana se reduce cada día más por el sentimiento de condicionalidad a que le somete la dinámica de la sociedad.
El alma de la libertad, o sea, su esencia más pura, radica precisamente en el conocimiento que de ella tenga el hombre, pues sólo la voluntad puede actualizar el fin como querido partiendo de la intelectualización de la potencialidad de la voluntad para querer.
Deslindar la libertad de la esfera de lo real a la de lo moral, como propone Kant, presenta el gran peligro de terminar por desunir las sustancias del hombre. La materia quedaría inserta en el mecanicismo de la naturaleza, y la ideal, el espíritu, no tendría vinculaciones materiales que la impidieran el pleno ejercicio de la libertad. La desnaturalización de la persona sería la consecuencia, ya que cada hombre es una unidad sustancial inseparable. El total del hombre: cuerpo y alma es el que está incurso en la plena naturaleza.
La sutil matización que al idealismo se le escapa para que en la realidad todos los actos humanos puedan ser considerados libres y responsables puede ser estudiada sobre la base de la relación entre las dos cosustancias humanas.
De la doble articulación del conocimiento humano se colige el que hasta las más sugerentes intuiciones del alma se resuelven en juicio sobre las ideas computadas como resultado del conocimiento sensible; lo que conlleva que en el acto de la voluntad de la segunda articulación por un lado se conoce el objeto de la determinación natural y por otro la proyección de la intuición sobre la idea, el acto intelectivo, del que resulta la actualización de la voluntad para alcanzar un fin obrando conforme al dictado de la naturaleza o no.
Desencarnar al hombre de la naturaleza, pretender que sus actos no obran en el curso del cosmos para alcanzar su fin, supone una gran restricción. El hombre, como lo que es, ser libre, se inserta en el devenir cósmico con todo su ser, libre y voluntario, y sus actos inciden en la determinación histórica tanto como cualquier otro ente material obrando según su especie.
Cuando Ortega y Gasset otorgaba el rol del hombre como un quehacer, lo que voy a hacer, estaba insertando la libertad de los actos humanos en el dinamismo específico de su propia naturaleza. Al hombre por esencia le corresponde obrar, interrelacionarse con el cosmos, construir en el cosmos, y necesariamente tiene que hacerlo según su especie de forma libre. De cómo por el ejercicio de su libertad esa relación sea positiva o negativa para la totalidad se sigue la responsabilidad del ejercicio de su libertad.
Por eso el alma de la libertad está en el conocimiento de que la determinación natural, la presión ambiental e, incluso, la coacción sicológica no son sino muchos de los factores computados para cada uno de los juicios del intelecto sobre los que la voluntad toma decisiones de actuar de un modo determinado para objetivar un fin. Este proceso puede ser muy complejo, muy arduo para la inteligencia, muy comprometido para la voluntad.
Lo propio del acto humano es ese ejercicio libre y responsable, pero es evidente que no todos los actos reflejan el mismo grado de libertad. Son muy distintas las referencias de su ejercicio que tenemos de los actos de las distintas personas, y muy variados los actos de un mismo sujeto. La razón de la distinta graduación de libertad de cada acto hay que encontrarla tanto en la formalización de los juicios, distinta según el grado de razonamiento que se preste, y como por la diferenciación de la sustancia espiritual actora de la última articulación del conocimiento humano.
El alma, como comúnmente se conoce a la sustancia no material del hombre, es distinta en cada persona, como distinta es en cada hombre la conformación de su cuerpo. El alma es distinta no sólo en especificación sino que como sustancia está sujeta a distintos grados de desarrollo. Por ello la autoconciencia de libertad es fundamental para el desarrollo de la misma.
El ámbito de lo moral que a la libertad incumbe está sujeto a la propia sensibilidad del mismo. Por ello el mayor peligro de esclavitud radica en la pérdida de la conciencia de libertad. Quien se siente absolutamente determinado, probablemente acabará obrando por la inercia que le marquen las modas, los gustos, o su íntima perturbación. Hacer el mal muchas veces no es resultado de un acto libre, sino la indeterminación de una persona para afrontar el juicio moral.