PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 11                                                                                                      NOVIEMBRE-DICIEMBRE  2003
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RICOS Y POBRES

 
El papel ideológico que asumió la religión cristiana en el Bajo Imperio hasta la desmembración del Imperio Romano y el influjo de la misma sobre los pueblos bárbaros presentó siempre el estigma de la difícil adaptación del fundamento ético de la pobreza. Así las interpretaciones de qué era la riqueza y la pobreza encontraron en la retórica el acomodo moral que desde entonces a acompañado a la praxis cristiana.
La distinción entre ricos y pobres es evidente cuando se perciben los extremos de ambas situaciones sociales. Nadie niega la consideración de ricos a los grandes capitalistas, a los terratenientes... incluso en la actualidad se difunden relaciones por orden de valor en propiedad. La pobreza marginal que estremece en las imágenes de los noticieros tampoco por nadie es puesta en duda. El problema se plantea cuando se quiere sentar criterios para evidenciar la condición real de esas mayorías sociales a las que la sociología evita clasificar por una especie de pudor moral.
La fundamentación ética de la sociedad que se predica desde muy diversas vertientes como el objetivo fundamental para el siglo XXI exige la definición de la frontera entre ricos y pobres como base de trabajo para prosperar en el intento del equilibrio económico global.
Aunque en términos matemáticos se puede deslindar el ámbito de la pobreza por la cuantificación de la capacidad de renta, ello sólo sirve para una aplicación economicista que dista mucho de la auténtica implicación social que la pobreza determina. La valoración por capacidad de renta evidencia los estados de extrema necesidad, especialmente apropiado para señalar bolsas de pobreza social, pero su aplicación puede ser engañosa cuando la distribución diferenciada de las rentas dentro de una comunidad distorsiona la apreciación de la realidad.
Una posible línea de distinción entre ricos y pobres se puede diseñar con el recurso a los hábitos de consumo, permitiendo la misma poder constituirse como referencia personal. En función de los bienes que una persona posee, disfruta y consume, se puede diseñar un mapa que distinga los estándares de vida de cada grupo en función de la cantidad de bienes poseídos y desde ahí establecer unos parámetros para juzgar la posición de cada cual con respecto a los demás.
Para mí la línea que separa ricos y pobres es la que establece la distinción entre el conjunto de cosas habitualmente accesibles para unos que para los contrarios habitualmente les son prohibitivas.
La demagogia muy frecuentemente busca fijar algunas pautas aisladas para situarlas como referencias sin tomar en cuenta que la distinción entre ricos y pobres, en una comunidad o en el ámbito mundial, se constituye por las posibilidades habituales de vida. Pensar, por ejemplo, que una familia deja de ser pobre porque excepcionalmente gasta en un convite para celebrar un enlace, o que empeña sus pequeños ahorros por cumplir con una tradición, es una quimera. La verdadera marca de la condición de rico la establece el conjunto de cosas que se tienen o consumen en contradicción a las personas que no tienen la posibilidad de las mismas, transpolando siempre el que los productos que satisfacen las necesidades no han de ser iguales, ya que es cierto que en la variedad del mundo las necesidades presentan condiciones muy dispares y la recurrencia para paliarlas son tan amplias como la imaginación misma.
La referencia ética para valorar el grado de riqueza personal está en considerar qué proporción del mundo goza habitualmente de semejante conjunto de bienes a los que yo habitúo mi vida. De la respuesta sincera a esa condición se deduce la responsabilidad que me incumbe en el proceso de equilibrio social.