PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 12                                                                                                      ENERO-FEBRERO  2004
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ISLAM Y PODER

 
La acusación que numerosos medios occidentales realizan sobre la violencia del Islam está absolutamente desenfocada de lo común de la creencia en la enseñanza del Libro.
Como casi todo en la vida, la interpretación mediática se utiliza para sostener unos postulados que no se ajustan a la verdad, pero son prácticos para el fin que se busca.
Acusar al Islam de violencia es mostrarse ignorante de lo que el Corán enseña en su contenido. Sostener que en sus Aleyas se encierra una incitación a la guerra como instrumento de poder indica al menos una lectura equivocada y una interpretación viciada de su contenido.
La religión islámica comporta un importante contenido social, pues los actos humanos en su mayoría refieren a relaciones o comportamientos con otras personas, y es la medida de moralidad de los mismos los que regulan las prescripciones coránicas. Desde ese aspecto de concebir una sociedad en la que se puede poner en práctica las recomendaciones del Profeta es donde se puede comprender la conveniencia de estructuras políticas propias a nuestra cultura.
La defensa de la sociedad islamista no es en esencia una estructura de poder, pues son muchos los reinos, los sistemas y las formas en que puede desarrollarse, todas independientes y autónomas; lo que con cierta frecuencia en la historia a conducido a enfrentamientos y guerras entre príncipes creyentes.
Es muy importante la distinción mental entre las aspiraciones de poder que cada pueblo como nación pueda tener en el marco internacional y la estructura social interna que facilite a sus súbditos la práctica de sus compromisos religiosos. Es quizá en la defensa de este último aspecto donde inciden las diferencias culturales del Islam y occidente, y que les valen a los políticos de ese espacio social para atacar al Islam justificando un componente de poder que nuestra religión no determina.
La acusación de ambición de dominio por el ejercicio de “la guerra santa” que tanto acostumbran algunos sectores occidentales a proclamar como si se tratara de una amenaza para su civilización no se corresponde sino a una desafortunada interpretación. Para quien quiera leer las Aleyas del Corán, encontrará que las mismas enseñan a los creyentes la necesidad de defender la estructura social constituida a la luz de la revelación y que les permite el ejercicio de la religión y la trasmisión de sus preceptos, enseñanzas y costumbres a las sucesivas generaciones. Esa defensa ante la amenaza exterior de dominio es la que permite invocar la ayuda mutua de los distintos pueblos del Islam en defensa de la religión a una nación atacada con independencia de quien ejerza el gobierno. “La guerra santa”, por tanto, no es acción de violencia sino de defensa, no de formas políticas sino de estructuras sociales.
La religión del Islam enseña la acogida y el respeto al extranjero, la convivencia con los no creyentes y el valor de la paz y el bien obrar. Así de hecho lo realizan millones de musulmanes en todo el mundo. Pero también invoca el alerta para quienes quieran imponer en las sociedades constituidas mayormente por islamistas valores de vida enfrentados a las enseñanzas del Profeta.
La resistencia al dominio extranjero y la defensa de la religión es una obligación de los creyentes cada vez más arraigada que puede explicar el rechazo a la injerencia de culturas extrañas en las comunidades islámicas, sobre todo si las mismas suponen el disimulado establecimiento de grupos de poder para limitar el ejercicio de la plana soberanía de los pueblos islámicos.