PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 13                                                                                                      MARZO-ABRIL  2004
página 8
 

ÉTICA Y PERFECTIVIDAD

 
Creer en la ética es el fundamento de toda ética, ya que, como definían los antiguos filósofos, el obrar sigue al ser. Dado que una persona intelectualmente es lo que su razón le aconseja, sólo quien considera la vigencia de la ética y el valor del bien está capacitado para su ejercicio.
Otro problema distinto es la naturaleza y el campo de actuación de la ética, pues por más que la filosofía se esfuerza en definir qué es la ética y su influjo sobre los actos humanos, la última consideración afecta a la conciencia individual, y la carga subjetiva de lo que la razón puede entender para inducir a la valoración del acto es la definitiva norma de conducta.
No obstante la subjetividad de la conciencia, los primeros principios de la ética son inapelables una vez que se cree y admite su existencia en el paradigma de la libertad del acto humano. La ética tendría su fundamento esencial en la aplicación universal del principio del hacer el bien y evitar el mal. La valoración del bien que se deriva del acto representa el juicio ético del entendimiento humano.
El bien como referencia ética a su vez presenta la exigencia de la posibilidad de su entidad. El bien sólo es en lo perfectible, sólo lo que se mueve adquiriendo una perfección es susceptible de considerarse que ha mejorado por la incidencia en su ser de algo que alcanza la naturaleza de bien.
Considerar la ética, por tanto, exige partir de la perfectividad de la realidad y de la capacidad de cada ente de mover y ser movido hacia al perfección con un bien. Trasladar esta idea a la vivencia de la realidad del mundo supone para el hombre dos responsabilidades éticas:
1. El ejercicio intelectual de conocer las necesidades de perfectividad del mundo en que vive.
2. Incidir con el bien que sus actos entrañan en mejorar al entorno exterior.
Existe una tercera consecuencia ética que se deriva de las dos anteriores y es que, dado que el bien supone la incidencia de una perfección en un ente, se hace necesario que le mismo sea consecuencia de un movimiento propio o ajeno.
En la medida que el bien procede de otro, la misma noción de bien le atañe a aquel como sujeto, o sea, el bien aplicado sólo lo es en cuanto el mismo es consecuencia de la percepción subjetiva de la posibilidad de ejercicio de bien, cuyo movimiento en sí ya constituye un bien. Pues de otro modo el bien no provendría de un acto humano sino de una casualidad o un fenómeno natural.
La ética nace como causa en el juicio interior, ética subjetiva, y se proyecta como fin hacia un ente exterior, ética objetiva. La ética subjetiva implica para el hombre, además de que se reconozca como responsable de mejorar el mundo con sus actos, el esfuerzo intelectual para conocer el bien debido a la realidad circundante. La ética objetiva responsabiliza a la humanidad a que de sus actos deriven voluntariamente bienes para los demás.
El mundo no mejora con no hacer el mal, sino sólo con el ejercicio del bien. Si se mira hacia otro lado y no se advierte la necesidad ajena, se podrá vivir de espaldas a la ética, pero la misma seguirá allá mientras nuestros hábitos no reduzcan a la nada la conciencia.