PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 19                                                                                                      MARZO-ABRIL  2005
página 8
 

 INFORMACIÓN DE CLIENTELA

 
Hace tiempo las empresas dedicadas a la información tenían a gala el ejercicio de la imparcialidad y la independencia respecto a la presión ideológica de las formaciones políticas. Hoy de aquellas filosofías queda poco porque el editor se inclina cada vez más a la complacencia de sus clientes y busca de contarles las cosas con el objetivo primordial de conservar su fidelidad.
El quicio sobre el que gira el posicionamiento de las empresas editoriales lo marcan los ciudadanos que son quienes han perdido la referencia personal de independencia y una conciencia crítica para la realidad política que les circunda.
Una gran mayoría de espectadores acuden a los medios informativos no con el ánimo expectativo de conocer los errores y aciertos de quienes intervienen en la política o conducen de algún modo la sociedad, sino con el juicio  preconcebido de valorar los aciertos de sus afines y los errores de los contrarios. Ha dejado de interesar la  información por sí misma porque el ciudadano busca en los medios la autocomplacencia ideológica y la justificación de su simpleza intelectual. Se busca leer, ver o escuchar lo que complace y ello sólo se consigue con el clientelismo a los medios que se sostienen para que relaten los acontecimientos con los modos que apetece escuchar. Cada noticia se valora por el ciudadano más por lo que reporta para su reafirmación ideológica que por la trascendencia de verdad con que implica a la sociedad. Las personas cuando así obran no son conscientes de la norma de libertad que acumulan sobre sus conciencias. Sin alimentar su sano espíritu crítico, cada vez se convierten más vulnerables a la dependencia de sus argumentos ideológicos.
Durante mucho tiempo se ha hablado del periodismo de opinión como forma de dirigir las corrientes de pensamiento sociales hacia presupuestos partidistas, pero fuera de lo que ha representado la gestión de los medios de los países autoritarios, respecto a lo que conocemos como prensa libre habría que analizar no sólo el valor del influjo del medio sobre sus clientes, sino también el que éstos ejercen sobre el medio, que socialmente ha pasado mucho más desapercibido.
La carestía de una verdadera y real libertad informativa se genera en gran medida en la  flácida conciencia de libertad de los ciudadanos que se avienen a la satisfacción de sus expectativas antes que asumir el riesgo de remover lo que haya de ser removido para apostar por la verdad. La exigencia del rigor en la noticia y el desmarque de la fidelidad a los medios que no juegan el rol de la independencia debería representar la catarsis de una sociedad que aspira a la trasparencia moral.
La libertad de información no es un problema de estado sino un logro social. Son las sociedades libres las que sostienen una estructura de comunicación más independiente, constituyendo el grado de clientelismo o sectorización de los medios en servicio de las ideologías un índice de la debilidad con que el sistema está sirviendo a la consolidación de las libertades.
Ser capaz de atender sin prejuicio el abanico de medios no sólo para contrastar las distintas opiniones, sino también, y fundamentalmente, para enriquecer el propio juicio interior es el más hábil movimiento por la auténtica libertad de expresión. Del desapasionamiento en el aprecio de la información surge la ecuanimidad de juicio en la participación social. Cuándo la presión de los ciudadanos sobre los medios de comunicación les exijan la verdad y no el halago moral será cuando los profesionales asuman su más radical responsabilidad.