PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 2                                                               JUNIO-JULIO 2002
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EDUCAR EN VIOLENCIA


La norma fundamental de educación está en la mimesis. Los actos por la contundencia con que se presentan a los sentidos se convierten en la norma ejemplar para el educando.
A partir del primer periodo de la infancia los niños tienden a imitar lo que ven realizar en su entorno.
Desde el punto de vista funcional parece obvio que el ejemplo plástico inmediato a los sentidos es mucho más fácil de captar para la mente que el discurso que precisa ser razonado. Así el comportamiento de los ámbitos sociales que rodean a una persona forma parte decisiva en su proceso de formación.
Una imagen vale más que mil palabras, esta sentencia universal adquiere mayor trascendencia cuando los medios de comunicación en una sociedad se conforman progresivamente al valor de la imagen.
Hace cien años, el entorno de ambiente de un niño o adolescente se centraba en la familia, la escuela, el límite local de convivencia. Los influjos positivos y negativos estaban de alguna manera enmarcados a ese ámbito de influencia.
Con la generalización de los medios audiovisuales, los influjos del exterior sobre las conductas se han multiplicado de forma exponencial. Cine, televisión, vídeo, comunicación digital, en la mayor parte del mundo se han convertido en los referentes educativos por excelencia, en muchos casos por encima de la escuela y la familia; fundamentalmente por la cantidad de imágenes que facilitan a la mente provocando la asimilación inmediata de los mensajes más o menos nítidamente trasmitidos.
Entre esos mensajes, transmitidos tanto para pequeños como para mayores, la violencia es uno de los ingredientes más habituales. Podría recordarse aquí, como simple ejemplo, la cantidad de filmes que exhibieron el exterminio de los indios por los colonizadores americanos y que forman el paradigma de las películas para menores en buena parte del siglo anterior.
De este modo tan sutil la violencia penetra como compañera de viaje de la educación en aquellos lugares en que no hace presencia física. En una gran parte del mundo la guerra, el terrorismo, la extorsión, integran el entorno de miedo en que crecen los adolescentes; el abandono y las riñas familiares son la violencia doméstica de otros muchos.
Hay quien defiende la necesidad de la manifestación de las más radicales tendencias humanas como medio de preparación de los ciudadanos a combatir en un mundo hostil, en el que sin buscarlo ni desearlo cada cual es la víctima de la codicia del contorno. Si no es posible erradicar la violencia, preparemos a los ciudadanos a afrontarla, se presenta como tesis alternativa.
Construir la paz no es tarea fácil e inmediata, no es misión única de políticos y hombres de estado; toda la sociedad tiene responsabilidad y en ella no es pequeña la que corresponde a quienes diseñan la estrategia de difusión audiovisual.
Barajar entre cubrir el ocio, con espectáculos recurrentes que despiertan los más violentos instintos humanos, o programar que fomenten la convivencia, en gran parte de los casos no se resuelve más que según criterios de rentabilidad.
Quizá, más que nunca, en estos tiempos de globalización de los mensajes, sea necesario cuestionar hasta que punto los circuitos comerciales de la expresión pueden compaginarse con la responsabilidad en la educación que concierne a toda la sociedad.