PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 2                                                               JUNIO-JULIO 2002
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CREDO Y CLERO


El auge del fundamentalismo islámico y su influjo sobre la estabilidad de bloques en el mundo ha renovado la discusión sobre el influjo de la religión en el equilibrio social de los pueblos.
El influjo de poder articulado desde o alrededor de la religión en la historia es patente. Los enfrentamientos por guerras de religión nos pueden parecer situaciones históricas superadas, pero nos engañaríamos si admitiéramos esa simplificación existiendo recientes enfrentamientos en la misma Europa por tal motivo, aunque en muchos casos, como siempre ha sucedido, junto con la religión se cruzan intereses económicos, de estado, oportunismos internacionales, etc.
Con los antecedentes expuestos no sería vano intentar analizar cómo y qué fundamentan las posiciones de poder religiosas.
En toda confesión religiosa podríamos distinguir dos vertientes: la descendiente, o sea, lo que Dios es y comunica a los hombres; la ascendente, lo que la comunidad practica como respuesta a esa creencia. La articulación de ambas se inserta en la vida de forma muy compleja.
El credo en el hombre se presenta como la respuesta de su animación espiritual, y esa respuesta se identifica habitualmente con el legado religioso de su comunidad social.
Las confesiones, a su vez, presentan junto a su patrimonio de fe una estructura de organización con una jerarquía de gobierno.
Si entendemos por clero el orden institucional religioso, sea de la confesión que sea, nos veríamos avocados a admitir, generalizando, una estructura en las religiones de dos elementos netamente diferenciados: clero y pueblo. El punto determinante, a mi juicio, de la legitimación del influjo social sobre los pueblos viene marcado por el rol que asume el clero respecto al pueblo.
Si religión es relación del hambre con Dios, siendo la persona responsable individual por esencia, la función del estamento sacerdotal, que se constituye como intermediario entre Dios y los hombres, será la de relacionar a cada uno de sus fieles con Dios. El contenido de su misión es enseñar, educar, con absoluto respeto a la libertad de la conciencia. Su función es de dimensión instrumental. Un servicio nacido de un compromiso personal con Dios.
La gran tentación del clero es la de constituirse representantes de Dios, y en consecuencia asumir la capacidad mediática sobre el pueblo disponiendo los modos de obrar de todos los pertenecientes a la confesión. Esta tendencia clerical termina por irse constituyendo paulatinamente en el referente moral religioso que se proyecta sobre la sociedad.
Esta velada sustitución de la directa relación Dios, espíritu puro, alma humana, puede desembocar, como ha sucedido repetidamente en la historia, en una materialización sociológica de la religión que degenera en la concepción religión-imperio, que lucharía por prevalecer sobre cualquier otro criterio. El concepto de bien se presenta de este modo en función de adecuarse a un objetivo común a alcanzar y no como un acto de naturaleza espiritual fundamentado en la semejanza de la suprema libertad del acto divino.
Frente a esa capacidad de disgregación de la sociedad fruto del clericalismo, el ejercicio honesto del clero en el pueblo fomentando la relación personal hombre-Dios, se convierte en un factor de integración global, pues del ejercicio auténtico de la religión no puede seguir más que el bien solidario.
Quizá más nítida que nunca se precise la actuación de los pastores de almas para salvaguardar el derecho fundamental a la libertad religiosa, ajena de las motivaciones que suscitan movimientos anticlericales.