PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 20                                                                                                MAYO - JUNIO  2005
página 4
 

 PERDONARSE A SÍ MISMO

 
La espiritualidad de la cultura oriental nos ha brindado el camino hacia la renovación interior desde la retrospección de la propia existencia y la purificación de la conciencia. Se trata de una limpieza del alma cuya responsabilidad es absolutamente personal, por más que una ambientación socio espiritual pueda propiciar el cambio en la mente.
La renovación interior es un proceso de reordenación de valores más que de adquisición de nuevos conocimientos, que en la mayor parte de las veces se reducen a técnicas de relajación mental cuyo objetivo no es otro que el sosiego del cuerpo para que no perturbe el ejercicio espiritual. Pero por más que la filosofía oriental nos enseñe la interacción de cuerpo y alma es fundamentalmente desde ésta donde se propicia el cambio de la personalidad.
Esta catarsis se construye sobre un nervio conductor de la renovación que es el de aprender a perdonarse a sí  mismos. Si la felicidad se construye sobre la satisfacción del deber cumplido, la inquietud o desasosiego que invade la personalidad procede del deber incumplido, de aquellas actitudes erróneas que lastran nuestra existencia por el apercibimiento del mal generado. Esa mala conciencia que no deriva de la ignorancia sino de la apuesta consciente por la opción equivocada.
La percepción del mal seguido de nuestros actos es una de las realidades más trascendentes de la conciencia de libertad que no evalúa lo contingente como necesario, sino  producto del ejercicio de la responsabilidad que engendra la buena o mala conciencia. La limpieza del alma, por tanto, sólo puede seguirse o por percepción de la redención objetiva de las culpas, lo que se realiza en las sucesivas reencarnaciones, o por un acto de dominio de la propia personalidad que genere el autoperdón, ya que el estado de mala conciencia se corresponde al juicio propio y/o al externo que pudiera recibirse de los demás.
Perdonarse a sí mismos, lo que aparentemente se muestra como la forma más accesible de purificación, se convierte en el gran escollo de la personalidad porque perdonarse exige el reconocimiento implícito de error elegido y ello conlleva un acto íntegro de humildad al que la propia personalidad se revela. Lo más difícil para el hombre es el reconocimiento de su limitación porque la perfección intuitiva del modo de conocer del espíritu le hace soberbio por naturaleza. Asumir la limitación que el modo de conocer sensible determina sobre la mente, y le propicia al error ,es una de las variables poco enraizadas en la personalidad y por ello nos cuesta tanto rectificar.
El proceso del propio perdón que sinitetiza toda catarsis espiritual es el siguiente:
  1. Asunción de la limitación personal.
  2. Reconocimiento del error.
  3. Rectificación moral.
  4. Conocimiento de superación.
La esencia del propio perdón está mucho más orientada al futuro que al pasado. No es una redención de culpa sino una liberación para afrontar la vida desde una nueva perspectiva de libertad. El proceso vital es fundamentalmente creativo y exige la máxima disponibilidad del esfuerzo en ese proceso. Un espíritu se refuerza no sólo por la superación de las amarras que la materia pudiera haberle tendido - ejemplo: las drogas - sino por soltar el lastre negativo derivado de sus acciones pretéritas, asumiendo tan sólo lo que de positiva experiencia pudiera reportarle.