PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 24                                                                                            ENERO - FEBRERO  2006
página 10
 

 ACCIÓN, REACCIÓN

 
El que la sociedad esté formada por hombres, y éstos por materia justifica en parte que la sociología haya podido comprobar como en las confrontaciones sociales se sigue el principio físico de la acción-reacción. Cuando un estado de equilibrio es alterado por una acción que modifica el estado de fuerzas, surge una reacción con objeto de neutralizar la inestabilidad creada en el sistema, cuya magnitud de potencia tiende a ser tan capaz como para recomponer el equilibrio. Este esquema tan simplificadamente expuesto nos puede ayudar a comprender cómo debería estar estructurada la sociedad a fin de evitar las convulsiones sociales de las que se sigue tanta inquietud para los seres humanos.
A nivel personal, el efecto acción - reacción presenta dos determinaciones:
  1ª  Por la acción el hombre desarrolla su actividad laboral creativa, cuya reacción de la naturaleza le proporciona los bienes para vivir.
  2ª  El hombre tiende a la agrupación, por lo que de la calidad de su acción social se sigue la concordia y la paz o el enfrentamiento y la disputa.
Trasladando los efectos personales a la comunidad de los humanos, de la violencia de su acción sobre la naturaleza se sigue que la reacción de la misma sea tan violenta que rompa el equilibrio de las condiciones favorables de vida. Por ello no son vanas ni frívolas todas las denuncias de quienes, desde posiciones ecológistas, advierten los graves riesgos que las actitudes incontroladas pueden generar para la humanidad.
La segunda determinación del efecto acción-reacción en los hombres se refleja en los movimientos convulsivos sociales. De la acción positiva, o sea no violenta, se seguirá una reacción positiva, tampoco violenta, que modificará el estado de equilibrio hacia una nueva posición que presumiblemente será más favorable. El problema social surge cuando una acción incide en un conjunto equilibrado de relaciones alterando gravemente el sistema.
Por la naturaleza intelectual del ser humano su equilibrio se ajusta a dos parámetros: las satisfacciones de supervivencia: equilibrio sensitivo, y las satisfacciones de realización personal: equilibrio mental. Según y como en las relaciones sociales se respetan o alteren esos equilibrios, la reacción humana tenderá a ajustarlos. Si de la acción cabe la reacción dialogada para recomponer los términos de la relación se desarrollará un forma pacífica; pero cuando la acción impone una alteración de las reglas sociales por la fuerza, la reacción esperada será tan violenta como conciencia y medios disponga para su ejecución, hasta restablecer el equilibrio percibido como truncado.
Uno de los efectos que la historia ha mostrado es como las acciones y reacciones adquieren el efecto de péndulo, de modo que a una alteración en un determinado sentido le sigue con frecuencia una reacción cuya potencia excede la fuerza necesaria para restablecer el equilibrio, y lo que se genera es una perturbación de contrario signo, que actuando a partir de entonces como acción genera una nueva reacción adversa, y así se suceden periodos de inestabilidad hasta que el tiempo y la razón calman los ánimos agitados y se restablece la pacífica convivencia.
Considerar los efectos negativos de la acción-reacción para el desarrollo en paz de la humanidad debería mover a los grupos sociales a tomar en consideración el valor de los movimientos por la tolerancia dirigidos en primer lugar a identificar todo germen de acción violenta para desactivarla antes de su aplicación social, y a racionalizar las reacciones de quienes se sienten agredidos para encauzarlas de modos no violentos, a fin de favorecer el restablecimiento de la equidad y la justicia en las relaciones de la forma menos traumática para la sociedad.
El apasionamiento del poder se constituye como el principal factor de las acciones que alteran la convivencia social, y en función de su potencia la reacción surge en forma tanto más revolucionaria e incontrolada. El enfrentamiento pasional que ciega la razón se muestra como la máxima expresión de la intolerancia, cuyo objetivo ya no lo constituye el restablecimiento de unas condiciones de paz, sino la satisfacción por la venganza.
Hasta dónde alcance los efectos de una acción agresiva es difícil de predecir. Tememos ejemplos de como las guerras mundiales del siglo XX implicaron sucesivamente a millones y millones de ciudadanos. Por tanto, el esfuerzo por la resolución negociada de los conflictos debería impulsar el refortalecimiento de las instituciones internacionales de mediación y justicia, dotándolas de la independencia necesaria para el libre arbitrio en favor de la paz.