PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 26                                                                                           MAYO - JUNIO  2006
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 AMIGO, HERMANO, PERSONA

 
Los grados de relación que existen entre las personas determinan de gran manera la atención que entre los mismos se dispensan y la prestación de los mutuos servicios con que se protegen y ayudan. En cuanto que el hombre es un ser sociable tiende a establecer lazos de relación, pero encontrará más o menos satisfacción según que esos vínculos le liguen a personas afines o con quien no se congenia suficientemente. Al mismo tiempo hay relaciones que comprometen, como pueden ser las de familia, y otras más protocolarias, como la mera vecindad. Quizá lo más definitorio de una relación humana sea la posición subjetiva que se adopta ante la relación: el voluntario interés que se presta, la fidelidad que se compromete, la intimidad que se comparte, la sinceridad con que se afronta. Al final se aprecia cómo la relación depende en mucho de la intensidad anímica que en ella se empeña, y por ello es determinado por, y determina al mismo tiempo, el desarrollo de cada personalidad.
Trabajar como voluntario en cooperación social implica comprometerse en unas relaciones sociales particulares que exigen una voluntaria y desinteresada dedicación en las que, en teoría, se ofrece esfuerzo, tiempo y seguridad sin recibir a cambio más que la satisfacción del deber cumplido. Hasta dónde los afectos creados pueden ser reconfortantes es uno de los secretos de la intimidad humana que se escapa al análisis superficial de la razón. Por eso es interesante el acercamiento filosófico de la perspectiva con que los voluntarios se aproximan a esa relación.
La relación de amistad es la más trascendente para la afectividad humana porque es consecuencia de una elección en la que la inteligencia y la voluntad restringen de entre todas las posibles personas aquellas con quien se desea compartir libremente un vínculo afectivo. Una característica de esta relación es la mutual, y por ello se espera una compensación sentimental de lo empeñado con lo recibido; o por mejor decir, en la entrega la propia afectividad se desarrolla al compás de la respuesta de los afectos que percibe. La amistad es una relación reflexiva en la que la persona ajena es libremente elegida y querida por lo que complementa a la propia personalidad.
En la relación de fraternidad la persona que es objeto de la relación no es elegida sino que viene determinada por una vinculación grupal, bien por lazos de sangre o por una familiarización ideológica, como las confesiones religiosas, las logias, etc. La afectividad aquí no es libremente orientada por el sujeto sino que a modo de deber sigue el compromiso establecido por la relación. En este caso lo que se estima y protege es el vínculo relacional y desde esa perspectiva se quiere a las personas afines de un modo especial. Estas relaciones de fraternidad, en cuanto no son establecidas directa y libremente, no exigen la reflexión de sentimientos más que en lo que a los compromisos morales adquiridos de mutua colaboración. Los afectos pueden o no desarrollarse interpersonalmente, pero siempre mantendrán una dependencia de que la relación se sostenga en su esencia vincular.
La relación social aparentemente más desafectada es la que se genera por la apreciación del otro por su condición de persona, sin que medie una motivación de reciprocidad distinta de la que se pueda esperar de dos seres humanos por lo que en sí son de semejantes. De esta relación el sujeto no busca otro sentimiento que el de sentirse realizado mediante una relación en la que el servicio que se preste sea el de la utilidad para el otro. En esta relación no se selecciona al amigo por afinidad, ni se establece en un marco de vínculos de sangre o parentesco, simplemente se establece porque los seres humanos deben cooperar a ayudarse en sus necesidades.
La solidaridad se enmarca en esta última clase de relaciones, en la que se sirve a quien lo precise sea quien sea y como sea. La libertad propia de la persona se ejerce en la decisión de servir sin buscar compensaciones afectivas reflexivas ni recíprocas. No es que se disocie la afectividad del sentimiento, sino que no se proyecta la relación con ese sentido, y si surge será como consecuencia accidental del ejercicio desinteresado.
Este aspecto es uno de los esenciales para la consideración de la solidaridad en su vertiente universal: el requerimiento se basa en las condiciones reales de necesidad y no en conveniencias de amistad, parentesco, etnia, religión o política. Por y sobre todas esas circunstancias se contempla la condición de humanidad, lo que motiva a actuar con los más desheredados y en las condiciones menos gratas para que puedan acceder al ejercicio de su dignidad.
Si la amistad y la fraternidad son de por sí un ilimitado núcleo de afectos y satisfacciones, no es menos cierto que del servicio a la persona humana en su más descarnada realidad se originan un sentir tal que cautiva retribuyendo el más hondo de los sentimientos: la felicidad.