PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 28                                                                                           SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2006
página 5
 

DINERO Y FELICIDAD

 
Alcanzar la felicidad, aunque debería ser lo común para los hombres en virtud de su racionalidad, parece reducido al dominio de una minoría muy heterogénea de la que no se sabe a ciencia cierta por qué alcanzan ese estado y en dónde radica la causa que dirige su existencia de modo tan privilegiado.
Si bien en las bibliotecas existen tratados sobre todas las materias que puedan pensarse, hay muy pocos libros que se atrevan a proporcionar recetas para ser feliz, y en los pocos atrevidos son escasos los consejos realmente válidos y universales. Para muchos la felicidad es un accidente en la vida que la fortuna facilita y que durante un tiempo se experimenta, como para dar razón de su posibilidad, pero sin una entidad tal para que de ella se pueda predicar un método consistente para alcanzarla establemente. Por ello se explica la escasa materia publicada sobre algo que se estima más un accidente de las circunstancias que un modo de aplicación de la sabiduría humana.
Aunque no se pueda exponer una regla para alcanzar la felicidad, lo que algunos autores se han atrevido a señalar son determinadas pautas de comportamiento que impiden o hacen muy difícil el logro de una existencia feliz. Entre estas condiciones está la de las riquezas, en la que aunque un dicho popular defienda que el dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla los ricos tienen bien experimentado cuánto de error encierra ese pensamiento, porque quienes más bienes alcanzan son los que más atestguan gozar de cierta tranquilidad o estabilidad, pero que ello no guarda relación con la anhelada felicidad.
Justificar que el dinero no da la felicidad es tan sencillo como comprender aquella regla aritmética cuya esencia era la de que no se puede sumar materias heterogéneas. Así, de los bienes materiales, como el dinero, por mucho que se sumen no resulta un bien espiritual como la felicidad, porque ambas cosas corresponden a dos realidades vitales distintas del ser humano.
Si los bienes que se poseen no dan la felicidad, tampoco los que no los poseen garantizan estar en condiciones de disfrutarla, sobre todo si el anhelo de alcanzar las riquezas ya constituye de por sí una tensión incompatible con una mente feliz.
De la propia capacidad creativa del ser humano se deduce que en una gran parte su realización está en generar bienes para su uso y disfrute, lo que nos podría conducir a que el progreso en la generación de los bienes no se opone a la felicidad, sino más bien la augura, en cuanto la felicidad tiene que estar relacionada necesariamente con la realización del modo de ser propio de cada especie: en el hombre el ser creativo y generador de bienes con los que se satisfaga, y a ello es lo que llamamos riqueza.
Si el dinero, como monto del valor de cambio de los bienes creados, es fruto de la realización creativa del hombre ¿por qué en ello no encuentra la felicidad? La respuesta habría que encontrarla a la luz de una definición acertada de la felicidad, como la de que la felicidad es un estado espiritual que se sigue de la satisfacción del deber cumplido. La relación del dinero o bienes con la felicidad no está sólo en que sean producto de la creatividad del hombre, sino también de que con ellos se haya cada poseedor empleado de modo debido.
Puesto que el hombre se cría en sociedad, y es en esa sociedad donde desarrolla su creatividad, nada de la proyección social de su inteligencia y su productividad queda exenta da su responsabilidad. De alguna manera su fortuna, los bienes honradamente conseguidos con su trabajo, le trascienden en una exigencia social, en cuanto que sólo no los hubiera podido conseguir, y esa reflexión del deber de compartir es lo que origina que el uso de los bienes pueda o aproximarle o apartarle de la felicidad.
Todo hombre es consciente de que en una gran medida han sido las circunstancias favorables las que le han facilitado el éxito laboral del que deriva su mayor o menor fortuna, pero si no vive cerrado a la realidad es consciente de que la igualdad de oportunidades no es la misma para todos los seres humanos y posiblemente en responder responsablemente a ese pensamiento se juegue el que el dinero sea un medio o un impedimento de felicidad.
Aplicar las riquezas a remediar las carencias ajenas es una mucho mayor perfección que satisfacer con ellas gustos personales superfluos, y por tanto en dirigirlas convenientemente a un fin solidario le reporte la satisfacción del deber cumplido que le confiere a su espíritu sentirse realizado y feliz.
Si son pocos los que alcanzan este estado en muy probablemente porque el quererse a sí mismo sigue la tendencia animal de la supervivencia, y desde que tenemos algunos bienes los consideramos como un valor de lo que nos estimamos propiamente, más cuánto en sociedad esos mismos bienes nos proporcionan la estima de los demás, con lo que el concepto de dinero-valor lo tenemos tan asimilado que difícilmente nos desprenderemos de él porque supondría de hecho renunciar al poder social que comunica. Lo que ocurre en que ese poder no genera felicidad ya que no sigue la pauta del deber sino la de la ambición personal de encumbrar el yo y lo propio sobre los demás. Desde este presupuesto la conciencia se materializa, desaparece cualquier referencia de solidaridad que no sea un costumbrismo social y se imposibilita todo atisbo de felicidad.