PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 29                                                                                           NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2006
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CARÁCTER Y PERSONALIDAD


Puesto que con cierta frecuencia en el uso de la lengua se confunde el carácter y la personalidad, utilizando ambos términos próximos a la sinonimia, a mi juicio conviene especificar algunas pertinencias que, aunque no definidas académicamente, ayudarían en el desarrollo de la filosofía antropológica a distinguir el influjo de carácter y personalidad en los actos humanos.
Para mí deben considerarse pertinentes del carácter las determinaciones genéticas que hacen que una persona presente unos determinados rasgos en su comportamiento que configuran su propio modo de ser. Estas determinaciones genéticas afectan a toda la materia del cuerpo humano, pero muy especialmente se consideran definidoras del carácter las que inhieren sobre el sistema nervioso y neuronal por la trascendencia que representa el mismo para el aparato locomotor configurando las características del movimiento en la ejecución de los actos. No menos trascendente es la formación y relación interna neuronal en lo que genera el modo de expresión vitales referente de todas las manifestaciones de exteriorización de los actos e ideas.
Como pertinente de la personalidad serán los rasgos adquiridos por la autoevaluación del comportamiento en la que cada persona en el transcurso de la vida elige del paradigma ejemplar que le rodea cuáles sean los que incorpora a su modo de ser, según el grado de satisfacción que le proporcionan e incrementan su propia estima. La personalidad sería producto del intelecto, no genética, y manifestaría la conciencia de libertad de que estamos dotados los seres humanos.
Esta distinción de conceptos no quiere de ninguna manera afirmar que el carácter y la personalidad sean independientes ni que no guarden una mutua y decisiva interacción respecto al comportamiento. Si el carácter es genético su determinación sobre el modo de ser de la persona será continuo y permanente a lo largo de la vida, por eso se emplea ese término cuyo campo semántico se relaciona con los signos indelebles que marcan las cosas. Por tanto la personalidad propia que cada persona adquiere se construye sobre su propia realidad corpórea determinada en mucho por su carga genética, como la ciencia cada día nos confirma con más rotundidad. El intelecto que valora las ideas mentales elige los valores de que se quiere revestir la personalidad, pero lo hace desde la percepción y el influjo que el carácter determina.
En su origen la personalidad está muy influenciada por el carácter, tanto como que cuando aquella comienza su formación lo  hace desde la percepción del modo de ser que determina en su integridad el carácter, y sólo poco a poco la personalidad madura pudiendo con posterioridad realizar una valoración sobre el propio carácter y aplicar correctores que modelen su primer influjo determinante.
La libertad que la personalidad comporta estará muy ligada a la capacidad de dominio del propio carácter que, como quedó dicho anteriormente, acompaña a la persona durante toda la vida. La libertad precisamente se realiza en grado inversamente proporcional a la determinación para obrar, y por ello en lo que el carácter es asumido como valor no merma la libertad, pero cuando se percibe como contrario al proyecto de personalidad: o se modera o la persona asumirá como rol de su personalidad la falta de libertad debida al modo de ser que el carácter impone.
Las variaciones de carácter que con frecuencia se aprecian en las personas no corresponden en una gran parte al dominio de la personalidad sino a que lo propio de ese carácter por su determinación genética es ser variable. De hecho el carácter se acondiciona con la madurez y el paso de los años, como otras muchas características genéticas evolucionan a lo largo de la vida, lo que se añade a que la personalidad cuenta con una referencia más informada tanto de lo que le condiciona el carácter en el modo de ser, como en que el intelecto se acrisola con la experiencia, de lo que puede valerse la personalidad para su progresivo enriquecimiento.