PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 30                                                                                           ENERO - FEBRERO  2007
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ORDEN MECÁNICO Y ORDEN CREATIVO


La naturaleza se soporta sobre una imbricación de las partes que constituyen cada uno  de los elementos compuestos. Todas y cada una de las partes están implicadas en un comportamiento que determinan el modo de ser del conjunto. Así, cada sustancia es lo que le determinan sus partes componentes, desde los elementos atómicos hasta la consideración de la globalidad del cosmos como una unidad existencial. Podríamos hablar de una ordenación de elementos desde los más simples a los más complejos, enunciando como ley de la misma la correlación de las partes que conforman cada uno de los elementos más complejos, correspondiendo cada uno de ellos al conjunto de los elementos que le integran. Como cada modo de ser se corresponde con la determinación de las relaciones de las partes que la integran, nada nos puede hacer suponer una finalidad distinta de aquella por la que se relacionan los elementos más simples, lo que por fuerza nos lleva a concluir que todo en el cosmos se relaciona de un sólo y único modo que se reitera hasta constituir los muy diversos conjuntos a que denominamos elementos.
La ley de este orden natural sería la simple adicción, si no fuera porque la materia no es un estado estático sino dinámico: la más radical esencia de la materia es ser energética, o sea, transformativa, cambiante. Desde esta perspectiva, el orden de la naturaleza habría de corresponder a un orden mecánico en el que las relaciones entre las partes más ínfimas seguirían a un proceso de cambio, cuya misma movilidad se confundiría con la ley determinativa de lo por formar.
Aparentemente podría sugerirnos esta estructura dinámica que el cosmos se rige por una ley indeterminada, o lo que es lo mismo: sin ley. Cada elemento como lo conocemos correspondería a un memento del proceso de transformación, cuya entropía determinaría lo que no es. Pero precisamente en eso, en el cómo lo conocemos, es donde radica la aparente indeterminación y no en la propia dinámica energética, ya que las radiaciones siguen siempre una misma ley igual que el resto de la materia. En esto está el orden mecánico, o sea, que toda materia tanto en su combinación, como en su composición, como en su irradiación produce efectos determinados a la naturaleza de sus partes o la intensidad de energía que transforma. Desde esta consideración se sigue que, aun desconocido en gran parte para el conocimiento humano, las transformaciones de la materia siguen un ley que las determina, tanto cuando la energía incide para modificar la materia, como cuando de la escisión o fusión de los elementos materiales se genera la energía. Todo efecto es motivado por las propiedades intrínsecas de los elementos que las motivan, sin que converjan otras causas que las propias del comportamiento de la materia.
El orden creativo, que también incide en la naturaleza, es contrario por su propia esencia al orden mecánico, aunque lo asume para su fin, porque tiene su origen en la causa final, o sea: en la ordenación de elementos para alcanzar un fin. La determinación, por tanto, de este orden no es implícito, sino extraño a la misma, y desde esa perspectiva sí que entrañaría una indeterminación, aunque no arbitraria sino limitada por las capacidades del ordenamiento mecánico de la materia.
El orden creativo es una ordenación descendente, desde el fin al origen, estableciendo las relaciones pertinentes para alcanzar un finalidad, aunque esas relaciones no sean conocidas como tales, sino posibles como tesis para lograr el fin en función de la utilidad de sus propiedades relacionales. De ahí, por ejemplo, que la inteligencia humana utilice los principios físicos, químicos y biológicos para reordenar tantos elementos de la naturaleza creando nuevas sustancias útiles para el fin que se propone. A partir del orden mecánico la aplicación de una inteligencia creativa conforma un orden de finalidad por el que el primer ordenamiento de la materia alcanza un fin de utilidad según la intuición del modelador.
Estos dos órdenes constituyen la realidad del hábitat que compartimos, y de su adecuada interacción se sigue un futuro más o menos cierto para la pervivencia de la especie humana. El naturalismo radical que desautoriza le ordenación creativa, por su alteración o modificación del determinismo material, de hecho cercenaría la dimensión intelectiva de la mente humana porque sin posible aplicaicón creativa se atrofiaría en su inactividad. Pero también el intervencionismo sobre el orden mecánico en función del utilitarismo del desarrollo puede alterar tanto aquel que sus consecuencias finales constituyan más un desorden que de una ordenación de la creatividad.
Dado que el proceso creativo de la inteligencia humana es progresivo, porque cada una de sus intuiciones está limitada según el saber continuado que va adquiriendo de su entorno material, los fines de su creatividad deben considerarse siempre como eventuales, y tan sólo y tanto más generales cuando los mismos consideren la incidencia global de sus decisiones sobre el hábitat universal y futuro. Esa prevención intelectual es lo que se ha venido a denominar sostenibilidad, y que en su esencia no es sino la adecuada aplicación del orden creativo sobre el orden mecánico para que las alteraciones sobre éste no se vean perjudicadas de tal modo que la entropía causada voluntariamente sea incompatible con el orden que posibilitó la generación de la vida.