PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 31                                                                                           MARZO - ABRIL  2007
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DOCTRINA CRISTIANA E INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA


Es doctrina cristiana el mensaje contenido en la predicación de Jesús. Esta doctrina por esencia es religiosa, tanto por su origen como palabra o testimonio de Dios, como por su objeto de ordenación a la verdad de la relación del hombre con Dios. Dado que la enseñanza de Jesús es a un pueblo educado en la religión, como era la nación judía, su contenido catequético no contempla la justificación teológica o religiosa, sino que muestra cómo ha de ajustarse el espíritu humano al proyecto de Dios. Para ello la enseñanza está en la encarnación de la palabra divina en la persona de Jesús, cuyo ejemplo de vida y doctrina se constituyen en definitiva y absoluta revelación de Dios. Aceptar la realidad religiosa del cristianismo supone dos compromisos vitales: Reconocer la sustancia espiritual del ser humano y aceptar por pleno modelo a Jesucristo. Esto que parece obvio es lo que discrimina de la sociología religiosa y de la cultura religiosa lo que auténticamente es religión cristiana.
La religión es relación personal con Dios, porque la humanidad se realiza por la individuación personal, cuya sustancia espiritual propia le capacita para establecer esa relación como respuesta a la iniciativa divina. Es cada hombre el que puede ser religioso, pero no se puede afirmar como tal el idealismo genérico que pueda caracterizar a una comunidad. La sociología religiosa interpreta la religión como un hecho social y de ahí deriva considerar como religión el conjunto de manifestaciones y creencias de una comunidad, aunque en la verdad muchos de sus miembros ni consideran siquiera su realidad espiritual, ni tienen otra experiencia religiosa que la asistencia testimonial a actos religiosos colectivos marcados por la tradición.
Respecto a la cultura religiosa se puede realizar un enfoque histórico o una perspectiva sincrónica. El acervo histórico sobre una religión aporta muchas experiencias acaecidas, que pueden servir de modelos ejemplares, pero también puede contener muchas concrecciones piadosas que faciliten distraer los fundamentos esenciales de la misma religión. La fidelidad doctrinal de la religión debe permanentemente ajustarse a sus fuentes y para ello en cada momento debe armonizarse la práctica doctrinal según la vivencia religiosa que cada momento histórico demande.
De la vida y enseñanza de Jesús tenemos el testimonio de la tradición, cuyo contenido es tan coherente que sólo quien no pretende acercarse a la misma con sentido religioso, sino especulativo, puede abundar en los pormenores. Por el contrario, quien asume la experiencia de poner en práctica sus consejos penetra cada vez más en la fe que une a Dios. El modelo del cristianismo en el siglo XXI continúa siendo la doctrina del Evangelio cristiano.
En la interpretación de la doctrina de Jesús se han esforzado mucho los teólogos, cuyos ensayos unas veces han arrojado luz y otras desunión y enfrentamientos. Hay tantas luces como sombras en la historia de lo que ha venido a llamarse doctrina cristiana, porque en su práctica y que en su formulación se evidencian enormes contradicciones con la real vida de Jesús. La afectividad hacia el poder ha burlado al valor y a la virtud esencial de la palabra divina para que el hombre optara por una auténtica caridad espiritual. Así, santos y santas, hombres de iglesia, jerarcas y teólogos han acertado sólo en parte a interpretar el cristianismo, lo que no habría sido un lastre para la doctrina si no hubieran sido elevados a la categoría de modelos, porque ejemplares en sus aciertos han arrastrado tras de sí la categorización de sus errores, con la efectiva consagración de una doctrina fermentada con radicales deficiencias. Lo que no puede ponerse en duda es que a lo largo de los siglos también esa doctrina se ha contaminado en parte por causa de la piedad popular, de tradiciones paganas y de otras costumbres que han conferido a la religión cristiana una carga de superstición próxima a otras muchas religiones. De modo que hoy hay quien no reconoce en muchas conclusiones el auténtico sentido de la predicación original de Jesús.
La endémica vida espiritual del cristianismo proviene del abandono generalizado durante siglos por parte de la mayoría de los cristianos de la lectura y meditación de la vida de Jesús, sustituida por una práctica ritual sin sentido ni comunicación de la experiencia religiosa que, lejos de la radical interpelación de la exigencia del amor del Evangelio, fundamentó en el temor la práctica religiosa. El rigor del pecado y el castigo de la cólera de Dios se convirtió para la doctrina secular cristina en el talismán de la predicación a la conversión, desconociendo que sólo en la virtud el hombre desarrolla su semejanza a Dios.  Así se han colmado los libros teológicos con lo que aparta al hombre de la genuina interpretación del cristianismo, en vez de mostrarle directamente el muy claro mensaje de Jesús.
Ningún cristiano que siga e imite la norma de vida ejemplar que contienen los Evangelios puede equivocarse en poner en práctica dicha religión. Será imperfecta su religiosidad por lo deficiente que pueda ser su empeño, pero en lo que ponga por obra en razón del amor allá aprendido no cabe posible equivocación. En cambio, quien sigue cualquiera de las muchas formulaciones de la piedad sólo le identificarán con el cristianismo en lo que contengan de la verdad de aquel, por lo que la mejor práctica piadosa seguirá siendo por los siglos la escucha atenta en la meditación directa de la palabra de Dios.
El recordar cómo la interpretación de la palabra del Evangelio ha servido más en la historia para desunir que para unir debería hacer reflexionar a todos los cristianos en que el punto de encuentro no puede ser otro que la fidelidad al mensaje evangélico, lo que se defiende mejor con su realización práctica que con figuradas interpretaciones arrojadizas de lo que sus palabras quieren decir. Por eso, ser cristiano en el siglo XXI continúa teniendo el mismo reto que en el primer siglo, porque una y la misma es la forma de vida a practicar.