PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 35                                                                                          NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2007
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ENERGÍA ALIMENTARIA


Uno de los principios de la vida radica en los procesos energéticos que las células precisan para producir el metabolismo por el que ejercen un trabajo biológico mediante el cual se sustentan todos los cuerpos vivos. La fuente de esa energía la constituyen un conjunto de otras sustancias a las que denominamos alimentos. Algunos de estos se producen silvestres en la naturaleza, pero la mayor parte de los recursos alimentarios son trabajados por el hombre mediante la agricultura y la ganadería. Por lo que se puede asegurar que la casi totalidad de la humanidad depende para su supervivencia de la producción alimentaria.
Durante eras y siglos la mayor preocupación de la humanidad la constituyó la ciencia y la técnica para generar  los alimentos que le eran necesarios, bien por el dominio sobre los animales salvajes, bien por la práctica ganadera, o por la generación de suelo apto para el cultivo. Esta principal ocupación de la humanidad tenía un único objetivo que era la alimentación. La competencia a nivel global se planteó en la posesión de los recursos que permitían la mejor explotación y rentabilidad de la energía que garantizaba la vida. La lucha de la historia humana se podría sintetizar en el doble esfuerzo de superar las adversidades que destruían sus naturales fuentes de energía -plagas, incendios, hielos, inundaciones, sequías, etc.- y de fortalecer el dominio frente a terceros. Prácticamente hasta el siglo XIX no ha existido otra priorización en la humanidad, porque toda esa energía era vital tanto para la propia actividad como para la supervivencia de los esclavos de quienes se obtenía cualquier otro rendimiento de bienestar.
Con la era de la industrialización y el desarrollo de la técnica que permite fabricar máquinas que proporcionan movilidad y bienestar, las fuentes de energía ya no sólo compiten en sostener a unas u otras personas, sino a personas y máquinas. Esto, que aparentemente puede liberar a la humanidad de la denigrante esclavitud, está generando nuevos conflictos por el uso y disfrute de la energía en las que la amenaza para la globalidad de la población no queda exenta.
Durante el siglo XX los análisis de demografía alertaron de la dificultad de procurar una alimentación regular a la creciente población mundial. La aplicación de la tecnología a la agricultura ha permitido multiplicar el rendimiento de las cosechas y así garantizar una producción equilibrada para el sustento de la humanidad. Salvada la solución técnica, queda no obstante el escollo de que las tecnologías para la agricultura intensiva no son económicamente accesibles para los pueblos en vías de desarrollo, con lo que aún subsiste un alto porcentaje de personas malnutridas.
Mientras la maquinaria, los medios de transporte y la calefacción invernal han utilizado energías distintas a las que proveen al cuerpo humano, no han entrado en competencia la aplicación de los recursos para uno u otro fin. Pero una nueva sombra se cierne sobre la humanidad cuando para preservar otros efectos degradantes para el medio ambiente se dirigen las expectativas a utilizar las energías alimentarias para el consumo industrial. Este nueva situación puede ser la que marque la conflictividad del siglo XXI. Por un lado, en una economía liberalizada, los precios de los alimentos los marcarán no las necesidades humanas sino el precio de competencia con otras fuentes de energía, lo que desequilibrará totalmente la justa aplicación de la subsistencia energética alimentaria con su posible destino como alternativa energética de bienestar para los pueblos más ricos, cuya demanda será la que determine precios y producción.
En teoría la aplicación de energías limpias puede mejorar la repercusión del consumo energético sobre el cambio climático, lo que supone un bien para la humanidad, pero también puede ser fuente universal de conflicto porque la demanda absorba producción que se necesite de forma perentoria para la alimentación mundial.
Se puede especular con la capacidad sobrada de generar recursos alimentarios para uno y otro fin, pero tanto la superficie agrícola disponible como el recurso del agua necesario para su explotación alertan sobre si la viabilidad de esos planes estratégicos no alterarán de forma tan radical el dominio sobre la tierra que marque aún mas las diferencias entre el primer y el tercer y cuarto mundo.