PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 35                                                                                          NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2007
página 5
 

LA REALIDAD EXCLUYENTE


Son innumerables las percepciones que el hombre recibe en su vida y las apetencias que de su comunicación con el mundo concibe. Su carácter creativo le mueve a buscar nuevas experiencias y difícilmente se sacia con lo que tiene. Esa permanente receptividad le conduce a que, con mucha frecuencia, dentro del paradigma de sus actos, conciba que quiere obrar de modos que por su naturaleza se muestran contrarios. Lo que parece un absurdo si se contempla sólo desde la perspectiva determinativa de la acción-reacción de la materia, nuestra cómo en la mente humana existen influjos que constituyen valores más allá de las meras apetencias que se siguen a las percepciones positivas.
Querer una multiplicidad de cosas se presenta como muestra de vitalidad, porque lo propio de la vida es la actividad y la pasividad es consecuencia o de carencia de influjos de experiencia o de una recesión orgánica. No obstante, como ser inteligente, en el ser humano prima la actividad mental, cuyo ejercicio no siempre se refleja en un permanente activismo exterior, sino en la capacidad de generar e ilusionarse con nuevas ideas. La creatividad del hombre le conduce a expandir su realidad y no sólo a considerar las que le aportan las percepciones externas. Ello a veces le sume en un idealismo utópico, pero le sirve para sentirse mentalmente vivo, en especial cuando el ambiente exterior se torna tedioso.
La apetencia de contrarios es consecuencia de la capacidad retentiva del hombre para construir un mundo en el que las satisfacciones se proyectan no sólo por influjos hacia su personalidad, sino por el mismo ejercicio de su personalidad que se recrea en la obra bien hecha. El momento constituye un factor que se conjuga con la memoria volitiva a la que todas las personas tienen ataduras. El ser humano tiene la facultad no solamente de apetecer lo presente, sino de sostener permanentemente una serie de sentimientos fruto de decisiones y relaciones anteriores. Es en ese mundo interno de la personalidad donde con frecuencia se llegan a querer cosas contrarias y cuyo desenlace constituye una de las más arriesgadas connotaciones de su libertad.
Se podrían presentar muchos ejemplos en las distintas facetas de la vida social, económica, laboral, familiar, en que varias apetencias se excluyen, o bien porque son contrarias entre sí, como la riqueza y la generosidad, o porque los determinantes de tiempo y espacio limitan el ejerccio de los variados deseos. Quizá entre las muchas situaciones que podrían exponerse destaque por su realismo la que se produce en la vida sentimental cuando se quieren compaginar el amor a la familia estable con una segunda relación afectiva. Esta es una muestra de lo que en su origen el hombre o la mujer creen que se puede dominar, porque ambos sentimientos en su interior son sinceros, pero pronto se aprecia cómo, en la mayor parte de los casos, son excluyentes, ya que las relaciones de pareja exigen fidelidad o donación proporcional, lo que se vulnera cuando una de las partes proyecta su sentimiento simultáneamente sobre una tercera persona. En estos casos, como en todos los que existe convergencia de sentimiento sobre realidades excluyentes, es donde el ejercicio de la libertad debe seguirse desde la consideración responsable de decantarse hacia lo mejor.
La vida del ser humano está marcada por la necesidad de escoger, de elegir dónde y cómo dejar el influjo de su personalidad, sabiendo que lo que se prefiere abandona otras muchas posibilidades de realización asimismo gratificantes. El juicio para decidir debe asentarse en la responsabilidad, que es la personalización de la virtud de la ética por la que el hombre debe obrar logrando el máximo bien para él y para el colectivo o grupo que le rodea. La consideración de la ética tiene una doble proyección: una, el bien directo que se genera a los demás; otra, que es la que se refleja sobre cada sujeto como satisfacción por el deber cumplido. Al obrar, al elegir, por tanto, la persona humana debe considerar no sólo la apeticidad que se sugiere de cada nueva experiencia, sino su compatibilidad con el mundo que libremente ha construido en su entorno, cuya realidad presenta una serie de notas excluyentes que si no se consideran pueden acabar perturbando la integridad de los afectos consolidados.
En última instancia, la contradicción es un secuela de las circunstancias, porque la mayor parte de las veces todos los sentimientos que se generan son buenos y positivos objetivamente considerados, y reflejan la inmensidad del alma humana, pero aun cuando esa capacidad por emocionarse sea casi infinita, su ejercicio sobre la realidad material la limita de tal modo que constituye una de las causas por las que el hombre llegue a lamentar su propia condición.