PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 36                                                                                          ENERO - FEBRERO  2008
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DESPLAZADOS, REFUGIADOS


Hay a quienes la enfermedad les traiciona con patologías como el Alzheimer, que les conduce a perder la propia identidad. Pero también existen acciones programadas de los hombres que tienen una consecuencia similar: miles y miles de personas que pierden casi todo menos la vida cuando son obligadas a abandonar su hogar, su patria, su pueblo, su familia... por culpa de la guerra, la represión o la limpieza étnica. Cuando desde los gobiernos y los estados mayores se toman las decisiones que repercuten en estas consecuencias pocos llegan a pensar el infinito sufrimiento que generan.
Aunque pueda parecer manida, la paz es el mayor patrimonio del hombre, porque alberga el sosiego de las relaciones de trabajo, familia y vecindad, que constituyen las referencias próximas de identidad para una gran mayoría de la humanidad. Son pocos los que como ciudadanos del mundo tienen a su alcance poder hacerse casa en cualquier lugar, y mover sus bienes de un sitio para otro o sustituirlos sin otro trabajo que la molestia de elegir. Los más del mundo sólo tienen como referencia lo que con mucho esfuerzo, quizá desde jóvenes, han logrado levantar: una casa, un negocio artesano, una pequeña granja o una huerta. Sus referencias están en la escuela y en el mercado. Sus apoyos son la familia, los parientes y los amigos. Pues todo eso desaparece cuando un desplazamiento obliga a abandonar lo propio para acogerse a la monotonía de la supervivencia de un campo de refugiados. Si la suerte ha acompañado y se ha podido mantener la unidad familiar, es tanto que se sostiene el esfuerzo de vivir por los suyos, pero ello no impide el inconsolable dolor de las referencias perdidas.
Aunque se tenga muy poco en la vida, ese entorno constituye en gran parte la historia individual que relaciona el pasado, presente y posible futuro de la personalidad. Lo poco puede llegar a ser mucho cuando se pierde, porque la persona queda despojada del entorno vital que marcaba su referencia de responsabilidad. Trabajar una pequeña huerta con la que atender la provisión al sustento diario vale una infinidad cuando se pierde y uno ha de quedar al amparo del subsidio internacional.
Cuando las causas que obligan son los desastres naturales, se ha de aceptar con resignación el destino y abrigar la esperanza de la reconstrucción del entorno perdido. Esos desplazamientos, con ser dolorosos, las más de las veces no llegan a romper la referencias de pueblo, nación, estado, que constituyen esferas de garantía de la identidad colectiva en las que se inserta la esperanza de recomposición de las cosas más próximas perdidas. Para quienes han de buscar refugio huyendo de cualquier clase de violencia, es muy normal que pierdan junto a sus referencias personales las del amparo de la nación o el estado, con el consecuente vacío de justicia y del efectivo valer de cualquier derecho. Son prisioneros de un desastre del que han salvado la vida para vivir en una prisión social al margen de todo derecho y esperanza. Sin patria, sin tierra, sin pueblo, sin ley, sin defensa, sin paz, todo provisionalidad, todo inseguridad, asistidos en lo mínimo por el esfuerzo de algunas instituciones solidarias de cooperación.
Quizá, como algunos enfermos de Alzheimer, estos desplazados no conservan otra identidad que aquella memoria lejana a la que se aferran porque en ella había, al menos, algo de libertad con la que reconocerse personas.