PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 38                                                                                              MAYO - JUNIO  2008
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EL SABER DE LOS MAYORES


A lo largo de la historia se puede contemplar un venerado respeto hacia los mayores, a los que se tiene por depositarios de un saber que en muchas comunidades les constituyó mandatarios o jueces para dilucidar lo más conveniente o asignar la razón en las disputas particulares.
Cuando la razón esencial de esa distinción es la edad y no tanto el talento, puede considerarse que hay un algo que confiere esa sabiduría que se presume en las personas mayores. Se puede pensar que corresponde a la experiencia de vivencias a lo largo de una etapa prolongada de vida, pero muy posiblemente además les asista una virtud que haga de sus razonamientos una transmisión de sabiduría.
No hay que olvidar que aunque en la actualidad hay un mayor porcentaje de personas que alcanzan la senectud, en la antigüedad lo eran en menor proporción, y así el contraste de las características del pensar de estos pocos se hacía más patente.
A los mayores, independientemente de la edad, les debe corresponder la virtud de valorar de las muchas experiencias vividas las acciones positivas y negativas en su transcendencia, lo que sólo se puede percibir con el paso de los años, y por ello pueden juzgar sobre lo importante y lo superfluo de su existir. Esa perspectiva de vida no se posee en la juventud, ni en plenitud de la madurez, y es por lo que a la opinión de los mayores se les ha concedido esa veneración y respeto sobre su capacidad de discernimiento y juicio.
El saber de los mayores, cuando llega a constituirse como sabiduría, es capaz de discernir y sintetizar el valor de las actitudes por encima de lo que corresponde a las costumbres, cuya modulación corresponde a cada generación. La sabiduría de los mayores responde a una síntesis de lo importante sobre lo banal, de lo que alimenta el espíritu sobre el capricho pasajero. Ha sido necesario experimentar sobre los éxitos y los fracasos, sobre los desengaños, sobre las insatisfacciones para extraer conclusiones acerca de los márgenes que encauzan la vida humana para retribuir con un algo de felicidad.
Ese saber, fruto de esa síntesis de la experiencia, casi siempre es buena práctica educativa, porque es bastante independiente del interés que pueda inspirarla. Cuando se es mayor se asume una cierta responsabilidad sobre el mundo que se deja, sobre la vida hecha, con independencia que quede la satisfacción o el amargor del peso de lo bien hecho.
A quienes corresponde tratar en tareas de educación les es buen consejo esta virtud de los mayores para, en lo posible, inculcar algunas de esas síntesis como referencias de contenidos educativos, más allá de los construidos sobre lo cotidiano de cada día.