PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 38                                                                                              MAYO - JUNIO  2008
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UNA LENGUA PARA LA LIBERTAD


La historia muestra como una de las razones para que los pueblos, las culturas y las civilizaciones se hayan dado la espalda durante periodos de siglos ha sido la de la falta de una lengua común que facilitara el entendimiento y el acceso de cada ciudadano a la comprensión de la realidad de otros países.
Como unos pueblos proceden de otros, se podría pensar que la lengua debería ser común, pero, sin remontarse a los siglos de la prehistoria, lo que se ha demostrado con el caso del latín es que una lengua hablada por toda la extensión de un imperio con el uso se diversifica en su fonética y en su léxico, de modo que pasados los siglos los distintos dialectos ya no son homogéneos, y la incapacidad de la mutua comprensión se sigue como una realidad  ni buscada ni pretendida.
Cuando en los albores del siglo XXI se da por hecha la globalización de las comunidades, la asignatura pendiente sigue siendo el consenso sobre una lengua que sea vehículo internacional de comprensión, desarrollo y concordia universales.
Las redes globalizadas de intercomunicación, como internet, lo están demandando y en gran parte lo están imponiendo, pero falta el consentimiento universal de los gobiernos para que esa lengua se constituya como una prioridad de la enseñanza, consiguiendo que todos los seres humanos gocen del derecho de conocerla, tanto como del derecho al pan y a la sal.
La institucionalización de una lengua común siempre chocó con el idealismo nacional que preconizó remarcar lo propio evitando la contaminación exterior. No obstante desde los ámbitos culturales siempre reivindicó el necesario aprendizaje de idiomas para permitir conocer y dar a conocer los progresos tal y como se desarrollaban en cada país.
Reconociendo la extensión de la humanidad que ha dado a cada pueblo una lengua, el sistema de convergencia cultural hoy debe plantearse sobre un bilingüismo, o un trilingüismo. Por un lado permanece la lengua nacional como el medio de expresión de la propia cultura, de la comunicación familiar y social; externamente a la misma se concibe el uso común de otra lengua, pretendidamente universal, que da acceso al conocimiento del saber más allá de las propias fronteras.
Establecido oficialmente o que sea impuesto por la necesidad de su uso, el conocimiento de una lengua común para toda la humanidad representa una pauta de progreso para la libertad, porque  permitiría, entre otros muchos beneficios, conocer y acceder a la realidad exterior y, cuando se emigra, no añadir a las dificultades de la expatriación la incomunicación derivada de la diversidad lingüística.
Se admite que a las instituciones internacionales les compete la planificación de cuantas formas de progreso mejoren las relaciones internacionales, no comprendiéndose por qué no se institucionaliza la más apropiada de las lenguas como única universal, mejorando y superando las infinitas complicaciones que se presentan hoy cuando en los foros internacionales se requieren innumerables y costosísimos medios de traducción para facilitar la comunicación de los delegados internacionales. Es muy probable que decantarse en la elección de una lengua algunos lo entenderían como el respaldo a una determinada cultura o el reconocimiento a un imperialismo, pero por encima de esa circunstancia las responsabilidades internacionales están exigiendo esa decisión para proyectarla en los planes de estudio universales, de modo que en un espacio de veinticinco años se pueda considerar instaurada esa magnífica herramienta de progreso social.
La perspectiva histórica exige que la lengua enseñada tenga una misma raíz culta, que se mantenga indemne a las variaciones idiomáticas, porque será la única forma de conservarla como auténtico instrumento de entendimiento universal. Aunque se tome una lengua viva, si se la enseña en su raíz genuina, el país que con los años pudiera no entenderla sería precisamente la nación que la presta, porque en ella evidentemente la versión culta y la realización popular se entremezclan, dificultando con los años identificar una y otra. En cambio, en los países que la adoptan permanece según se enseña y aprende académicamente, no presentando obstáculos para el fácil entendimiento en el futuro.
En el saber se concentran las mayores perspectivas de promoción, y que éstas no tengan limites depende mucho en hacer desaparecer el muro idiomático, lo que no es posible hacer por sustitución de las lenguas nacionales por una universal, sino por el esfuerzo de aprender desde la enseñanza elemental también la convenida por los organismos internacionales.