PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 39                                                                                              JULIO - AGOSTO  2008
página 5
 

DERECHO AL VOTO


Cuando se quiere realizar una crítica a la democracia como fórmula política eficaz, casi siempre se argumenta sobre si debe considerarse válido y justo que los votos de todas las personas tengan igual valor sin considerar las condiciones de inteligencia, formación, capacitación profesional, edad, experiencia, etc. que pudieran reflejar la motivación social y la garantía de idoneidad para influir en una acción trascendental para la política del país.
No se puede negar que las diferencias de cualificación existan en la sociedad habiendo sido consideradas en los procesos democráticos antiguos, en los que el derecho al voto se restringía por razón de sexo, ciudadanía, familia, etc. Distintas fórmulas que diferenciaban a quienes se les reconocía la capacidad de decisión política frente a quienes carecían de ella. Así ha evolucionado la sociedad democrática hasta su culminación en reconocer el derecho universal e igualitario de participación.
Cuando se argumanta cómo puede reconocérsele igual valor al voto de un catedrático, un licenciado, un premio nobel, un ingeniero... y al de un analfabeto, un albañil, un campesino, un discapacitado, un anciano... la respuesta científica evalúa como un injusticia la justa aplicación democrática de la universalidad e igualdad del voto, ya que la falta de ponderación hace que el objetivo de elegir a los mejores y más apropiados para el buen gobierno no quede garantizado. Siendo esto así, por qué se considera generalizadamente como la más lograda realización de la democracia la asignación de: una persona, un voto.
Frente a quienes argumentan a favor de la ponderación del voto en razón de la inteligencia socialmente avalada, se les puede objetar dos puntos: 1º La tendencia universal a predisponer la sociedad hacia el ámbito que cada cual ocupa en la sociedad. 2º La ignorancia que desde cada ámbito se tiene de las realidades sociales de los demás, en especial de aquellos más marginales.
La sociedad siempre ha tendido a ser estamentaria, porque donde más a gusto se encuentra cada cual es en el ambiente que domina y conoce. Esto lleva a que se categorice la sociedad ordenándola de acuerdo a los principios que estamentariamente cada grupo ha adquirido, preferenciándose sobre otras opciones. De ahí se sigue que se defiendan privilegios y favores por sectores, así como que se procure el máximo de reconocimiento y beneficio para el propio grupo.
La ignorancia de las condiciones de vida de los otros sectores de la sociedad hace que sus problemas no sean nunca contemplados con la relevancia que puedan tener si no existen representantes propios del grupo, por eso una de las tendencias del voto es siempre clasista, o sea concebir que sólo quien es y pertenece a una determinada clase va a velar por defender los derechos de la misma.
Reconociendo que esto es así: por ejemplo, que los artesanos suelen defender los intereses propios de los artesanos, de igual modo lo hacen los comerciantes, los gremios de la enseñanza, las mujeres, los padres de familia numerosa, los militares, los autónomos, etc. Se podría decir que cada cual se siente tanto mejor representado por quien comparte su modo de vida que por quien sea muy inteligente pero percibido como socialmente lejano.
El principio democrático de: una persona, un voto, es una conquista social del reconocimiento político de que la vida de todos los seres humanos vale por igual con independencia de la inteligencia y la cultura, y por ello el sistema se estructura de modo que se atiendan por igual los problemas de todos los ciudadanos, pues todos tienen idéntico derecho a vivir la vida. Dado que cada grupo prioriza sus derechos, es necesario que todos por igual influyan en la designación de los que han de legislar sobre el derecho común y su efectiva puesta en práctica.
Si la historia hubiera demostrado que los más sabios hubieran practicado políticas socialmente equitativas y solidarias, podría haber sido que la sociología se hubiera decantado por formas más eficaces para la democracia. La elección de gobiernos populistas representa la aplicación práctica de esta tendencia de las jóvenes democracias, donde una mayor estratificación social hace que los grupos marginales puedan aglutinar mayorías que impongan un giro a la política tradicional ante la incomprensión de las clases privilegiadas cultas que ven burlada su lógica posición dominante.
Constituye este derecho universal al voto el reto mayor de la democracia, tanto en lo que se refiere al orden nacional como al internacional, porque la supervivencia en paz entre pueblos está en que se produzca el efectivo acercamiento a los múltiples intereses de clase. Para ello es necesario modernizar la carga tradicional que en tantos países hacía recaer el derecho político sobre determinados círculos de cultura, que en cuanto más cerrados son y más clasistas se conservan es muy probable que más pronto se enfrenten a su contestación.
Entender el espíritu de la democracia es relativamente sencillo, peo admitir los movimientos sociales que conlleva precisa una nueva mentalidad porque los problemas ajenos al propio ámbito, que antes se ignoraban, se constituyen cada vez más definitorios de la realidad política que se ha de compartir. De alguna manera el voto universal democrático asume exhibir a la luz problemas históricamente relegados, porque las inteligentes clases cultas que anteriormente dominaban ni siquiera tenían razón de su transcendencia.