PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 4                                                                                                   OCTUBRE-NOVIEMBRE 2002
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ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA







La ingeniería de guerra ha tenido un progreso espectacular en la segunda mitad del siglo XX. Con el desarrollo de la aeronáutica y la tecnología nuclear los poderes militares de destrucción son casi ilimitados.

La escalada armamentística se justificó en función de cada posicionamiento en la guerra fría, pero en verdad el arsenal militar se constituye como sostén de la primacía del poder político internacional. El arsenal se planifica en función del máximo poder destructivo con el menor número de víctimas propias. Las victimas del enemigo no cuentan. Siguiendo este principio las armas se diseñan con el mayor poder de destrucción posible para, en criterio de algunos políticos, intimidar al contrario y disuadirle de provocar la guerra.
Los países más poderosos consideran un privilegio propio la constitución de grandes arsenales armamentísticos y recriminan el que otros estados aspiren a disponer de armas de destrucción masiva. Lo que no parecen considerar es que ese desequilibrio supone de hecho institucionalizar una política internacional de imperialismo.
Los organismos internacionales que tienen por objeto promover la paz internacional se enfrentan a situaciones de hecho donde los países poderosos imponen su derecho al control de las armas de destrucción masiva.
El argumento esgrimido por los estados élites del poder son siempre las razones defensivas y la resolución de que ellos no utilizarán sus arsenales para destruir otros países. Lo peor de todo es que esos argumentos la historia no los sostiene, ya que Los Estados Unidos de América ha sido el único estado que ha utilizado armas nucleares y lo ha hecho contra poblaciones civiles.
Algunas de las últimas guerras de África han demostrado que para la destrucción masiva de cientos de miles de personas en escasos días no son necesarias armas sofisticadas, sino estados colectivos de locura y odio. Lo que implica, en cambio, el desarrollo de las armas de destrucción masiva es que la decisión de su ejecución destructiva recae en muy pocas personas. Del criterio o intereses de unos pocos dependen millones de vidas, y ese peligro escapa incluso a los mecanismos democráticos de los países así considerados.
Con todos los antecedentes existentes parece difícil en justicia poder limitar la escalada universal del desarrollo de armas, salvo que el acuerdo internacional se oriente a la destrucción de los arsenales existentes. Sólo una moratoria universal podría legitimar a los organismos internacionales que velan por conseguir la paz la acción directa contra quienes al margen de tales resoluciones se decantaran por la intimidación y el pavor.