PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 4                                                                                                   OCTUBRE-NOVIEMBRE 2002
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LA SOLEDAD METAFÍSICA







Hablar de soledad en los tiempos de hoy parece evocar la marginación y el olvido de personas deficientemente integradas o aquellas relegadas a una vida de escasa relación por razones de enfermedad o vejez. Quizá exista una soledad social, pero la más radical de las soledades es la del espíritu ante el obrar.

Todo lo material en el hombre está integrado en un sistema, una atómica parte del cosmos con un destino que se realiza en la linealidad de un proceso programado. Se nace, se crece, se muere, con independencia de la autoconciencia de cada una de esas realidades.
El poder pensar, o sea, reflexionar sobre el contenido del conocimiento, es la fundamental experiencia del hombre que le sustrae de la determinación. Reflexionar no sólo comporta la experiencia de la posible voluntariedad del acto, sino que la liberalidad del mismo acto representa la responsabilidad de su ejercicio.
Hasta la adolescencia los actos de la persona se desarrollan en un entorno custodiado. El conocimiento que se tiene del mundo es un compendio de descubrimientos que se insertan en el marco educacional establecido. Es a partir de la adolescencia cuando la intuición de la reflexión pone en duda la vigencia de los preceptos, y busca una justificación racional para el acto.
Esa actitud subjetiva ante el juicio, en la que sólo al hombre le concierna la evaluación de unas premisas, le confiere la singularidad de la decisión. Aunque se asuman criterios y enseñanzas ajenas, todo juicio es el resultado de un acto de decisión interior tan personal que no puede sino extraerse de su más profunda soledad.
Los actos de especie, en cuanto de especie son, hallan reflejo en una colectividad, los actos libres determinantes de la personalidad se libran desde la absoluta soledad.
Por eso, la adolescencia es uno de los periodos de mayor incomprensión colectiva y personal. Se experimenta la soledad de la responsabilidad del acto sin que se llegue aún a asumir la proyección de la libertad.
Si bien solo se está ante la decisión del obrar, la proyección del acto, la realidad exterior que asume o modifica, es la mayor justificación objetiva del mismo. La relación de la decisión con la potencialidad de la acción es la determinante actitud social que recompensa la soledad subjetiva ante la decisión.
Siendo el bien el objetivo entitativo natural de todo obrar, en la adecuación del bien subjetivo al bien objetivo solidario encuentra la persona su correlación social. Solo queda quien no tiene a quien hacer bien. La estructura profunda de la soledad no responde, por tanto, a una situación coyuntural, sino a un hábito psicológico que inhibe al hombre de obrar el bien.
En los estados de maduración de la personalidad el problema se plantea en que frecuentemente no existe la dinámica cultural para descubrir las múltiples posibilidades de obrar bien. En los estados de depresión lo que se difumina es la objetividad del bien.
Casi todos los hombres en algún momento de su vida padecen al abrazo de la soledad y los más afortunados alcanzan a descubrir el abrigo de una amistad vital que nace de compartir el ser mediante el ejercicio del bien.