PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 4                                                                                                   OCTUBRE-NOVIEMBRE 2002
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LA DISPERSIÓN SOCIAL







La planificación de las estructuras económicas con frecuencia se deja al arbitrio del mercado, para que sea la misma dinámica de las relaciones quien determine una naturaleza de entramado sobre el que se practiquen los ajustes necesarios. Con esta teoría económica la transformación cualitativa de la economía rural que afecta a un alto porcentaje de la población mundial tiene muy pocas posibilidades de desarrollarse.

Uno de los aspectos que incide en el bienestar de la comunidad rural es el urbanismo ¿Urbanismo rural? Se sorprenderán muchos de ustedes. Sí, en la planificación del urbanismo rural está posiblemente uno de los condicionantes del desarrollo sostenido para muchas regiones.
El último tercio del siglo XX, además de por la definición urbana de los grandes centro financieros, se ha caracterizado por la aglomeración en el entorno de las grandes ciudades de cinturones de desempleo y pobreza. Millones de personas huyendo de la escasez de rentas y del aislacionismo social buscan en los aledaños de las grandes ciudades su participación en el progreso. Para muchos la dependencia de la tierra se convierte en un lastre cuando a los hogares rurales no llega ni el saneamiento, ni la electricidad, ni la educación, ni la sanidad, ni la seguridad.
La dispersión de la población por su vinculación laboral al predio tiene como consecuencia la imposibilidad de llevar hasta cada hogar las infraestructuras del desarrollo. Planificar la concentración urbana de núcleos medios y facilitar la movilidad desde los mismos a las tierras de labor puede ser uno de los recursos para estructurar la modernidad rural y evitar el éxodo masivo a unas capitales donde con frecuencia hay poco que ofrecer.
La vinculación afectiva del hombre a su tierra y el temor a perderla si se aleja son motivos subjetivos para obviar el urbanismo rural, pero más objetivo es la incapacidad radical del individualismo rural para proceder a modernizar sus estructuras sin la inversión estatal.
La planificación urbana de las zonas rurales, con núcleos medios de población, haría posible la rentabilidad de las infraestructuras de salubridad, comunicación y educación, que constituyen la base de todo progreso.
Las dispersión social de las zonas rurales, además, fundamenta el minifundismo de la economía autárquica que hunde el desarrollo económico. Frente a las premisas de explotación de las compañías mercantiles internacionales, la garantía de la independencia está en la capacidad de encontrar formas de producción colectivas que permitan, sin perder la propiedad y la iniciativa de la gestión, rentabilizar al máximo el fruto de las tierras.
Urbanizar adecuadamente las extensiones rurales es un problema de estructura nacional, que debería centrar la atención de las inversiones de fondos estructurales de cooperación internacional, ya que una inversión en posibilitar la modernización de los tejidos sociales rurales, para muchos países, representa una de las mejores inversiones de futuro.
Superar la dispersión y planificar una concentración urbana ordenada, respetando la idiosincrasia de las formas propias de vida rurales, son compromisos difíciles y discutidos en muchos estados. Las dificultades son enormes, desde la desconfianza subjetiva a la animación de los recursos; desde en cruce de intereses foráneos con las prebendas de los estamentos caciquiles; cuando no son la corrupción o la guerrilla revolucionaria quienes hostigan cualquier movimiento de progreso.