PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 40                                                                                            SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2008
página 1
 

TRASCENDENCIA ÉTICA DEL COMPORTAMIENTO


Vivir en sociedad implica que de los actos de cada individuo se pueden derivar beneficios o perjuicios para otras personas, porque la relación difunde las consecuencias de los actos desde los prójimos relacionados hasta, a veces, a las generaciones posteriores.
Esta responsabilidad se puede contraer en dos vertientes distintas: 1ª La que se aplica desde la directiva de la colectividad para ordenar el grupo social, como son: la organización política, el respaldo a las tradiciones y las leyes que determinan los modos de obrar. 2ª La responsabilidad inducida de los actos particulares directamente sobre otros individuos. Ambas vertientes corresponden a una sola responsabilidad personal, porque las que adquieren una trascendencia colectiva también tienen su origen en las decisiones libremente adoptadas por cada ciudadano para establecer el marco político de cada comunidad.
Considerar la responsabilidad personal desde la trascendencia ética del comportamiento comienza por profundizar en la razón de la disciplina ética que juzga el contenido de bien derivado de las relaciones sociales que se establecen. La ética se establece en la conciencia individual en función de la creatividad del ser humano aplicada a su entorno social. Dado que se supone que el bien creativo que se procura cada cual a sí mismo es intrínseco al acto mismo, es en la difusión del bien a los otros, con quien se entra en relación, donde se considera la dimensión de la conciencia ética. El acto de entrar en relación y los beneficios difusivos de los actos relacionables constituyen la materia propia de la ética, que puede ser relegada de la voluntad del individuo o asumida como guía de comportamiento.
Profundizar en la ética exige adentrarse en la especulación del bien, porque, si la misma se aplica desde el ejercicio de los actos libres, es necesaria la pertinente información que mueva hacia un objeto determinado. El desconocimiento del bien posible margina la conciencia ética y podrá desmotivar para obrar, ya que sin la clara noción del bien a repercutir no es posible el compromiso ético. Siendo que el bien se reconoce por la experiencia propia, desde la más simple, la que a veces se denomina instinto o intuición, a la más compleja adquirida de inquirir la verdad del mundo, la ética como disciplina abarca tanto como la razón, y se proyecta allá hasta donde pueden repercutir las obras personales.
El bien que se hace o el que se deja de hacer se sigue muchas veces de decisiones importantes, en las que por desgracia muchas personas no reconocen la proyección total de sus actos. Piénsese, por ejemplo, en la trascendencia del bien que comporta el decidir tener un hijo, de cuya voluntad se sigue el don de la vida para un nuevo ser en el mundo; o del bien de procurar hermanos a los hijos que les permitirá sostener relaciones familiares en el futuro. Considérese el bien que puede trascender hacia la sociedad cuando una persona no elige su dedicación profesional en virtud del placer o el dinero, sino por la mejor realización al servicio de los demás. ¿Acaso se puede considerar sin trascendencia el comportamiento de quien acoge al inmigrante o al refugiado compartiendo con él su bienestar? ¿Hasta dónde trascenderá el bien del entregado profesor que más allá del cumplimiento de sus deberes se desvive por la educación de sus alumnos?
La trascendencia ética de la vida está muy ligada a los comportamientos habituales de la vida, en los que es necesario, por encima de la rutina, observar cómo afectan a los demás. El favor que se estima confieren debe mover la razón para obrar de una y otra manera, pero siempre se estará en mejor disposición cuando la conciencia ética se sostiene activa por la consideración de que el bien que cada cual no haga ya nadie lo podrá enmendar.