PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 41                                                                                            NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2008
página 6
 

LA RELIGIÓN AL REVÉS


LA TESIS COMÚN: Toda religión consiste en la adoración de Dios, ser supremo y todopoderoso, a quien se debe ofrecer ruegos y sacrificios para obtener protección y seguridad en la vida. Dios premia y castiga. Tiene su propio paraíso donde mora y recibe a los seres humanos regenerados tras la muerte, por lo que los hombres están obligados a honrarle en el transcurso de sus vidas para alcanzar el premio final. Dios dicta la ley sobre el hombre, la que interpretan los sacerdotes que a Él se entregan y que están revestidos del poder divino para dictaminar sobre las obras de los humanos. Los sacerdotes establecen las normas y sacrificios que se deben ofrecer para vivir justificados en el mundo. Los sacerdotes en cuanto revestidos de poder divino gozan de jerarquía sobre los demás hombres, y por tanto deben ser sostenidos en sus necesidades, eximiéndoseles de los trabajos corporales para que puedan dedicarse al culto de Dios. A imagen de la autoridad de un Dios todopoderoso, al que se debe respeto y acatamiento, se consagran las relaciones humanas en las que el principio de autoridad debe ser reverenciado, ya que reproduce la potestad de Dios. De ahí proviene la legitimación moral del poder.

LA ANTÍTESIS: La religión consiste en la ocupación de Dios por amar y conservar una realidad creada sin otra necesidad que su propia voluntad. Ese desvelo le hace preocuparse por los hombres que no obran bien, porque obrar el mal no puede provenir sino de la equivocación, y por tanto su asistencia es tanto mayor para quien más errado está. Dios, como ser espiritual, no tienen un paraíso que ofrecer como recompensa a los hombres distinto de la felicidad eterna para el alma por el bien hecho, en el mutuamente se complacerán Dios y los hombres. El premio que Dios ofrece a los hombres es alcanzar libremente la bondad, como Él mismo es bueno. Dios no tiene un castigo para el hombre distinto del que la propia naturaleza espiritual le brinda con el remordimiento perpetuo por no haber obrado bien. La ley religiosa que Dios dicta la ha inscrito en la naturaleza humana y es amar y preocuparse de los demás, así como la esencia de la religión es el amor y la preocupación que Dios tiene por sus criaturas. Esta ley no tiene ninguna necesidad de interpretación, sino la de la sinceridad de la conciencia. En su aplicación no se precisan intermediarios con otra intención distinta de la de como Dios de emplearse en ayudar a los demás a conocer y rectificar sus errores y a asistirles en sus necesidades. Para ello les recuerdan la permanente disposición de Dios para auxiliarles en la meditación espiritual para conocer cómo hacer el bien, y vivir de ese modo rectificando permanentemente su intención. Los sacrificios que realmente agradan a Dios son los esfuerzos que ha de emplear la persona para servir mejor a los demás. La jerarquía de valor religioso en el mundo se construye en función de quien mejor sirve a los demás, por lo que el trabajo y la abnegación son los valores que revisten la dignidad religiosa. Es más quien más da y no quien más recibe, por lo que nadie debe preciarse de personalidad religiosa por lo que tiene. Si el poder de Dios es servir y amar, ninguna autoridad humana puede justificar su fundamento sino en el servir como los demás quieren ser servidos, y por ello el concepto de autoridad es como un depósito de responsabilidad sobre alguien elegido por los demás en razón de su buen hacer; por lo que toda autoridad es revocable y nadie debe considerar el poder personal como un legado moral.