PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 42                                                                                            ENERO  - FEBRERO  2009
página 8
 

MENTALIDAD NACIONALISTA


Se juzga con demasiada simpleza las pretensiones nacionalistas de muchos pueblos cuando no se analizan en profundidad las raíces de esos sentimientos. Los más de los juicios versan sobre la debida situación de las fronteras y los límites de autogobierno que a cada comunidad le corresponde poseer. Cuando esto es así, los que juzgan no se dan cuenta que lo que hacen es confrontar el nacionalismo de una comunidad frente al nacionalismo de otra comunidad, por el que ambos pretenden imponer su propia identidad poder. Esta actitud se sigue de la pasión política que prima el poder.
En su esencia, el nacionalismo se identifica con el sentimiento de patria, que todos los hombres suelen cultivar de modo más o menos vehemente, según la influencia de la tradición cultural. Esa afición por la caracterización peculiar de lo próximo, de una historia concreta, de formas de raíces culturales, de lengua, de literatura, de cualquier otra manifestación artística, etc. es lo que anima al sentimiento patriótico, que, por corresponder a la subjetividad de impresiones vitales, adquiere una trascendencia distinta en la sicología de cada persona. De este modo el temperamento de cada persona y, por influjo cultural, el de cada raza serán determinantes para la configuración de los pueblo.
Aunque todo el mundo tiene una dimensión nacionalista arraigada, lo más importante para juzgar la trascendencia sociológica de la misma no radica en cuánto está de arraigada esa pasión, sino de qué naturaleza es la afición nacionalista. Es en la estructura profunda del amor a la patria donde debe resolverse la verdadera naturaleza de ese valor, y cuándo el mismo puede constituir una defectividad ética porque se fundamente en la exclusión, que siempre es una determinación subjetiva del "no yo". Si el amor a la patria es consideración única a la propia raza, en cuanto extensión del propio yo, priorizándola en el derecho sobre cualquier otra vinculación, el derecho mismo es de naturaleza racista, o sea, exclusivo en función de que se pertenezca o no al entorno del "igual a yo". De este modo, la concepción nacional se basa en la defensa de la integridad sicológica de un pueblo contra la contaminación que le pueda provenir del exterior. Es un cierto puritanismo sociológico que choca con la pretensión natural de abrirse al mundo exterior. Así el nacionalismo representaría una concepción restrictiva en las relaciones sociales, las que representan, sin embargo, una de las aficiones más arraigadas del hombre moderno.
El debate actual de la configuración del nacionalismo consiste en ponderar cuánto de la pretensión real de concertación global puede asumir un pueblo sin admitir contaminarse por el influjo exterior, que para muchos se resuelve en el ejercicio del poder por el que se defiende un estatus nacional de privilegio, por el que se establece un derecho de relación desde el cual los influjos entre las poblaciones migrantes se establece diferenciando según la impronta de cada nación.
Esta mentalidad de diferenciación es la que se debe juzgar cuando se valora la pertinencia social del nacionalismo, sobre todo cuando se fundamenta en la exclusión de los derechos universales humanos en razón de la pertenencia o no al colectivo que reivindica los parámetros que definen la conciencia nacional. Todo nacionalismo así concebido se convierte en un gueto que aprisiona -sin percibirse como tal- las conciencias nacionales al limitar la proyección universal del conocimiento, y margina el beneficio de una percepción sin restricciones objetivas ni subjetivas.
La ética sociológica del nacionalismo no está relacionado con las delimitaciones de las fronteras de los Estados, sino en qué y cómo se legisla y gobierna en cada nación, y en cuánto y cómo se respeta y restringe los derechos de todas las personas que habitan el territorio, sin discriminar por raza, religión o cultura el derecho a pertenecer con plenas garantías sociales a la comunidad.
Cuando la nación integra, asume su proyección universal. Cuando la nación discrimina, reinventa su ensimismamiento local.