PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 43                                                                                            MARZO  - ABRIL  2009
página 1
 

EL SOPORTE DE LA VIOLENCIA


Una de las inquietudes de la filosofía social está en cómo conjugar la pasión de poder del ser humano y la tendencia a la solidaridad, pues en esa contradicción se soporta la guerra y la paz.
Desde el análisis de la historia humana se ha de admitir que la violencia he estado presente en todas las etapas y en todas las formas sociales, quizá trascendiendo como acontecimiento de forma muy relevante, pues el enfrentamiento entre pueblos ha marcado momentos álgidos y puntos de inflexión de culturas, incluso hasta nuestras días. Pero no es menos significativo que también existe una historia de la paz, por la que los pueblos han progresado mediante el trabajo solidario y el comercio, vehículo de integración cultural. Si valoramos los días / persona / paz en la historia, frente a las jornadas / persona / guerra, tendríamos una visión más objetiva de que los periodos de concordia en la humanidad son aplastantemente más numerosos que los tiempos de guerra, aunque la persistencia de éstos por los siglos deba mover a estudiar la naturaleza de esa violencia para, en lo posible, acotar la pervivencia de sus causas.
Una de las tesis que justifica la violencia en el ser humano la fundamenta en la condición de lucha por la supervivencia, por la que se enfrenta, en función de su poder, al dominio del espacio material que le garantice su conciencia de seguridad. De modo semejante a las especies animales, se lucharía por el dominio del espacio que garantice los recursos de sustento, procreación y placer. Esas tendencias tan primarias son las que determinan aún hoy los objetivos de las guerras, y por tanto esa actitud consolidada avalaría la tesis de que la violencia es un característica innata del ser humano por la que tiende al dominio del entorno.
La antítesis de ese planteamiento se construye desde la percepción social de que el mayor progreso para el hombre, tanto en su sustento como en el bienestar, lo logra mejor por la colaboración pacífica, mediante la cual se conciertan las inteligencias para producir mucho más de lo que individualmente se puede conseguir. El progreso del hombre, tanto cultural como material, tiene su fundamento en la idea de la cooperación humana, y pr ello las actitudes de dominio deberían dejar paso a las de solidaridad.
Tesis y antítesis de esta perspectiva social son reflejo de la conciencia personal por la que cada cual aspira a alcanzar su máxima realización, siendo primaria la tendencia a lograrlo en virtud de la fuerza o la astucia particular, la que se busca como primera perfección, pero que pronto la experiencia enseña cómo las mejores satisfacciones se reportan de la relación, la amistad y la confraternización. De hecho, a partir de esa consideración, una de las determinaciones de la voluntad va a estar en considerar como parte de la realización personal la defensa de la integridad del grupo de relación.
Del ejercicio del poder, por el  que la voluntad se impone mediante la violencia, no siempre se sigue una buena actitud de conciencia, ya que a la tesis de la propia realización se opone la antítesis por la que se advierte el daño causado al  dominado, sin que nada avale la  naturaleza  de preponderancia de una parte sobre otra, sino todo lo contrario, cuando la cultura humana tiende a consolidar la igualdad en el derecho de toda persona humana.
Esta dialéctica humana de la violencia, por la que se opone la actitud de dominio y la actitud de solidaridad, se libra en el interior de cada conciencia como el enfrentamiento de una pasión y una razón, cuya síntesis nunca llega a alcanzar pleno equilibrio, al ser la pasión una determinación que no sigue plenamente al conocimiento. Por más que la antítesis que propone los frutos de la convivencia en paz se imponga teóricamente a los del ejercicio de la violencia, sólo se sobreponen en un síntesis constructiva cuando la razón mantiene su pleno dominio.
Las condiciones sicológicas internas de la personalidad son las que influyen decisivamente en potenciar la pasión por el propio dominio, unas veces causadas por complejos, otras por celos, otras por creencias fanáticas, pro miedos, por paranoyas de éxito, por euforias incontroladas... son estados de la mente que alientas las tesis más extremas, sin que por su influjo permitan a la razón contraponer las antítesis que favorezcan un juicio equilibrado.
Todo ejercicio de la violencia supone una deficiente madurez de la personalidad, que no ha racionalizado la experiencia de la paz. Porque los beneficios de ésta casi todas las personas los han disfrutado, pero no así los perjuicios de la violencia y la guerra, sin considerar que cuando se pierde aquella estos comienzan a ser los compañeros de  vida. Cuando se opta por la guerra se considera que los perjuicios serán para la parte contraria, cuando lo cierto es que siempre se repercuten mutuamente, al menos, si no en daños materiales, sí en la conciencia de la perversión de la justicia conculcada.