PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 43                                                                                            MARZO  - ABRIL  2009
página 5
 

CRISIS SISTEMÁTICA


Los que, tras la crisis económica y social del sistema socialista soviético del último cuarto del siglo XX, hicieron una lectura triunfal del capitalismo poco imaginaban que tan sólo veinte años después éste entrara en crisis, y que su vigencia doctrinaria fuera a ser puesta en entredicho como sistema capaz de proporcionar estabilidad en un mundo global.
Es muy posible que la proximidad de la crisis económica actual no permita aún realizar un análisis de las causas que la han motivado, pero lo que se presume evidente es que no se acierta a garantizar la coherencia interna del sistema, cuando el liberalismo económico ha debido ser apuntalado por una estructura estatal solidaria. La garantía del bienestar ha dejado de residir en el capital, intentando buscar apoyo en un Estado cuya estructura de maniobra apenas abarca, en el mejor de los casos, para la prestación de protecciones sociales.
Uno de los grandes interrogantes a resolver está en si la crisis del sistema liberal capitalista responde a la coyuntura de la ampliación de los mercados tras la reconversión de los antiguos sistemas socialeistas, o si se sigue de la incapacidad estructural para sostener indefinidamente un crecimiento tan desigual entre los muchos estamentos de la sociedad global.
Una de las mayores contradicciones del capitalismo liberal se encuentra en el proteccionismo disimulado de la economía real, que proclama una libertad de mercado para las mercancías -la que restringe con frecuencia los productores- y una libertad de circulación de mano de obra, que colisiona con la ideología más radical de quienes patrocinan el liberalismo capitalista.
La crisis de sistemas económicos tan antagónicos, como el socialismo marxista y el capitalismo liberal, están propiciados por la misma deficiencia moral, y ésta es la pretensión de dominio del sistema sobre la persona. En la medida que el sistema neutraliza la genuina iniciativa de la persona, la implicación social que la apuntala se tambalea, y, aunque sea casi de modo imperceptible, a la autoridad económica sólo le resta para progresar que recurrir a esclavizar a la población para que no se inmiscuyan en la legitimidad de los procesos. Mientras la tiranía económica la propiciaba el patrón propietario, la esclavitud le repercutía directamente en beneficio, y el juego de la eficacia del sistema se mantenía mediante la necesidad o la fuerza. En los tiempos actuales, en que los dirigentes socialistas y los gestores capitalistas no administran su propio patrimonio sino el de sociedades estatales o sociedades muy anónimas, el distanciamiento de la sociedad no se logra por la reducción por la fuerza, sino por la corrupción que distorsiona la reinversión productiva eficiente, ya que el estímulo no está en la vinculación a la perspectiva del rendimiento social del patrimonio, sino en la gestión inmediata de beneficios que permita obtener grandes réditos personales.
La institucionalización de las grandes sociedades anónimas, cuyo capital cuanto más crece más se desvincula de la conciencia personal por la inversión tanto más anónima de múltiples fondos, se asemeja a la gestión de los mandatarios comunistas que gestionaron un capital tan anónimo como lo era la sociedad sometida a su mandato. La desvinculación a toda regulación social que se escape de su dominio hace de sus súbditos unos esclavos, cuyo trabajo genera automáticamente un progreso que puede ser tan ficticio como irreal, porque la cúpula económica haya perdido el sentido de la realidad.
Sujeto real de la economía es la persona, que es quien produce, ahorra y consume, y en ella reside la estabilidad de la economía. Cada persona es una unidad fundamental del sistema, que no por infinito deja de ser dependiente de cada elemento; pues la economía se mide por producción y renta colectivas, y éstas son cuentas muy distintas de los beneficios de unos pocos. La economía que se fije como objetivo la estabilidad pluripersonal será la que cumpla los objetivos del grupo social.
Cuando el reparto desde el poder distorsiona la estabilidad económica personal, la base del sistema se debilita, y tarda más o menos en hacer caer la torre simbólica de la prosperidad. La solidificación de un buen cimiento para todo sistema económico reside en que sus elementos fundamentales sean actores activos en la generación de la producción, que sean eficientes ahorradores aplicando los bienes obtenidos a los intereses reales de la sociedad, y que logren ser consumidores responsables de respaldar un buen mercado.
La quiebra económica de sustituir a la persona como agente fundamental por la mercancía genera un mercado artificial, cuyo valor depende de la importancia del poder que lo respalde, sea bien una cuenta multimillonaria o la radicalidad de un gobierno intervencionista, pero más pronto o más tarde la crisis de la preeminencia de la mercancía respecto a la persona mostrará las deficiencias respecto al mundo real.
Saber ser administrador es saberse en posición de servicio, y esta mentalidad a escala global la deberían ejercer quienes gestionan las finanzas de los universos económicos, sabedores de que su proyección de éxito está en el respaldo ejecutivo que a su diseño de esa mayoría anónima que, en la nueva realidad social de hombres libres, la constituye el conjunto de los ciudadanos.
Admitir que el centro del poder de la sociedad ha de recaer en la iniciativa social ciudadana progresivamente a cómo se reconocen sus derechos personales es dificultoso para quienes pretenden consolidar versiones disimuladas de la esclavitud, cuando unos pocos decidían sobre la voluntad moral de una mayoría pasiva y pusilánime.
La sola solución de la crisis económica pasa por la progresiva integración de las mayorías silenciosas en la esfera de la decisión, pues quien produce, ahorra y gasta no puede dejar de ser reconocido como el agente esencial que condiciona la estabilidad del sistema.