PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 44                                                                                            MAYO  - JUNIO  2009
página 9
 

EL TRAUMA DE LA VENGANZA

 
Con la notoriedad del periodismo sensacionalista ha pasado a un primer plano una de las más antiguas pasiones del ser humano, que es la de la venganza sobre otra persona por la ofensa recibida. Esta actualidad informativa sobre asesinatos múltiples, violencia de género y casos similares no se puede comprender sin considerar un trastorno mental que fomenta la criminalidad natural del ser humano. Si se analizan muchos de esos casos, resultan motivaciones de esos comportamientos que se encuentran ligados a una obsesión vengativa totalmente desproporcionada en las causas y los efectos.
En la raíz de todas las conductas vengativas suele existir una causa real que ha supuesto una ofensa, a veces grave y otras sólo emocional, que el vengador acostumbra a magnificar hasta constituir su reparación una necesidad prioritaria de su futuro bienestar. Esa centralidad de la obsesión por la satisfacción es lo que hace de la venganza una pasión que autoalimenta la inquietud  hasta hacer pensar que sin realizar la venganza no se recobrará el sosiego mental.
La venganza se origina por la herida sicológica abierta por la humillación causada en la estima propia de cada individuo, cuyo resarcimiento se considera que se logrará por un mayor mal causado a la parte contraria, que, aunque no repara el mal propio, retribuye a la estima con saberse por encima del contrario en la liquidación del contencioso. La venganza llega a ser considerada como la victoria definitiva sobre el otro, por ello, para muchos, adquiere forma de una patología mental que premedita concienzudamente la contundencia de la respuesta.
En muchos casos la pasión que genera la venganza tienen su origen en el estado pasional de los afectos con que se vivía ligado a los bienes o personas en cuya pérdida se origina la causa de la respuesta. Así, la pasión de la venganza sustituye en la mente el afecto desmedido que se tenía por el bien arrebatado, de modo que se logra mantener el desequilibrio habitual al que se encontraba acostumbrada la mente. Por eso se entiende que de la avaricia o los celos se sigan muchas conductas altamente vengativas. Ese apasionamiento de la mente que impide la valoración ponderada de lo que se pierde, de lo que se tiene y de lo que se puede conseguir produce el trauma sicológico por el que el vengador goza planeando la respuesta, lo que le impide disfrutar del bien que tiene, por causa del bien del que se carece y difícilmente se pueda recuperar. Ello produce un trauma en la personalidad porque se empieza a ser en función de un otro que progresivamente va adquiriendo más protagonismo en la personalidad. Uno se cree que madura porque trabaja para responder una ofensa, pero sicológicamente se va haciendo dependiente del objetivo, cuyo protagonismo sobre sí mismo enardece el afán de venganza.
Una vez cometida la acción de venganza parece que se ha de alcanzar una gran satisfacción, pero la mente adolece del vacío que la pasión llenaba, cuya sensación de satisfacción se pierde mucho más rápidamente que cuanto se trabajó en organizar la venganza, y en muchos casos es sólo el remordimiento el que resta de ver que tras la venganza surge el vacío más que un valor por ver al enemigo vencido.
 

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