PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 46                                                                                            SEPTIEMBRE  - OCTUBRE  2009
página 9
 

LIBERALISMO Y PATRIMONIO SOCIAL

 
La profundización de la filosofía sobre la ciencia de la economía intenta armonizar cuánto del beneficio corresponde a cada agente de la producción y cuánto al marco social que hace posible y rentable la producción. Definir los contenidos de verdad que cada tendencia económica sostiene debe hacerlo la crítica de la filosofía, lo que muchos toman como un esfuerzo vano considerando que el pensamiento pragmático contemporáneo ha entregado al valor económico la preeminencia en el juicio social. A la filosofía social le quedaría el espacio filantrópico donde especular lejos de cualquier influjo decisorio en el marco de la práctica política de la nueva sociedad.
No obstante la objetiva dificultad para hacerse oír, la filosofía social sigue trabajando para discernir la razón que asiste al autor para el ejercicio del pleno control económico de su obra, así como el patrimonio que sobre toda la creación humana debe ejercitar la sociedad. Por un lado se contempla el bien individual y por otro el beneficio social que repercute toda producción creativa. Desde un aspecto meramente mercantilista se puede asignar que el mayor beneficio social se corresponde con una mayor demanda del producto, y por ello el beneficio del autor debe ser retribuido proporcionalmente a esa ecuación: Una mayor demanda representa una mayor producción y un incremento del valor del objeto que retribuyen generosamente el esfuerzo de la creación.
La autorregulación del mercado que la economía liberal sostiene se basa en la competencia de la producción para ganarse al consumidor mediante la simple ley de que éste adquirirá lo oferta más ventajosa. Pero ese circuito tan simple se rompe cuando la autoría única impide la competencia comercial, como es el caso del arte, de la literatura, de las patentes industriales, químicas, farmacéuticas, etc. En ese caso el benificio social se encuentra controlado por el agente creativo, cuya voluntad puede quedar determinada por la rentabilidad. Cuando la corriente de pensamiento político prima el plano derecho de la obra para el autor, olvida que éste nada podría haber hecho sin la cultura transmitida por la sociedad. Si la política prima a la dinámica social como origen de todo progreso, ignora que la sociedad es un ente cuya realidad la da la suma de esfuerzos individuales. Converger derechos individuales y sociales parece haber escrito la historia del progreso y la retórica del disenso.
No corresponde a la filosofía marcar los márgenes del beneficio del comercio, pero sí identificar cómo los actos creativos humanos en cuanto se ofrecen a la comunidad adquieren valor patrimonial para la misma, que debe procurar extender y dotar de cada bien al mayor número de personas. Si se contempla que el esfuerzo para la creación de una obra, ya sea un libro o una vacuna, es objetivable en función de los recursos materiales y humanos empleados, parece lógico que el rescate de la inversión guarde proporción con los beneficios que se puedan obtener, pero éstos unitariamente deberían ser proporcionalmente más bajos cuanto más se difunda el producto. Considerar que el beneficio vinculado a la creatividad ha de crecer y crecer durante decenas de años por la simple razón de la demanda del producto parece que, aunque económicamente se pudiera justificar, desde la perspectiva de la verdad que la informa parece poco defendible ya que rompe la proporcionalidad de la relación entre beneficios y esfuerzos que debe justificar la retribución social.
Cuanto más necesario sea un bien para una comunidad, mayor consideración de beneficio patrimonial protegido debe tener, aun cuando pudiera existir derechos particulares sobre él. Una justa retribución de los mismos es aquella que por principio permite la participación de esos bienes a los miembros de la sociedad, tanto más en cuanto correspondieran a cubrir necesidades de subsistencia o mínimos de dignidad personal.
Cada cultura debe enriquecerse matrimonialmente con el máximo de ciencia y saber, pues ello facilitará el progreso creativo de sus ciudadanos. Es tanto lo que la sociedad hace por cada persona que merecería la pena valorar lo que es vivir en sociedad para mitigar las tentaciones de medrar a costa de la sociedad.