PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 47                                                                                           NOVIEMBRE  - DICIEMBRE  2009
página 9
 

AMOR ENTRE HERMANOS

 
Las relaciones que se producen entre los miembros de la familia todas pueden considerarse que tienen dos puntos en común: 1º La relación de sangre. 2º La convivencia. No obstante esos caracteres comunes, la relación de paternidad, filiación o fraternidad es cada una de ellas tan peculiar como de diferente se puede considerar su génesis. Así se dice del amor materno o del cariño filial, en el que a cada uno de ellos se le adjudican unas notas principales, comunes en toda la humanidad. También el amor fraterno tiene propias características que le hacen, dentro de las relaciones consanguíneas, algo especial y distinto a las de paternidad y filiación.
La relación fraternal se opone a las de paternidad y filiación en la ausencia del contacto carnal y afectivo propio de la gestación y la crianza. Esa comunicación madre-hijo hasta que concluye la lactancia es particularísima, de la que sólo en la parte afectiva puede ser asemejada a la del padre al hijo en los cuidados y trato del bebé. Por el contrario, la relación fraterna se construye fundamentalmente en la convivencia, salvo los casos en que por la diferencia de edad se hubiera participado en la fase afectiva de la crianza del hermano menor. Salvando esa particularidad, que no puede ser considerada común por darse en un reducido número de familias, se debe considerar que el afecto fraternal se vincula a la convivencia común de los hermanos en la familia, lo que conlleva haber tenido que afrontar juntos las dificultades particulares de cada hogar, cuyo influjo fácilmente se refleja en rasgos comunes de la personalidad de los hermanos que genera un rastro solidario.
El que la afectividad entre hermanos se encuentre muy vinculada a la convivencia produce rasgos distintivos comunes con las relaciones de amistad, que se caracterizan por un querer a la otra persona por una afinidad de juicio que no compromete la propia personalidad. En la amistad se quiere al otro en función de los valores que se admiran, pero sin desdibujar la objetividad de lo que se conoce. Esto se da también en las relaciones fraternales, en las que el juicio sobre el hermano es bastante objetivo, y tanto más cuando al crecer se desarrolla la capacidad crítica. Esta afectividad que se sigue de una amistad dada y no elegida puede considerarse en gran manera afectada por la necesaria convivencia, pero ello no hace sino favorecer el conocimiento y la objetividad.
En el caso de las relaciones paterno filiales es muy normal que el afecto de sangre malinterprete a la otra persona como parte del yo, y desde esa perspectiva predominen los aspectos subjetivos sobre los objetivos en el juicio de la otra personalidad. La común y más intensa convivencia que debería generar un conocimiento tanto más exacto lo hace, pero bajo el influjo de una subjetividad que tiende a aplicar un plus sobre los valores y a aminorar los defectos, hasta el caso de que no se quieran admitir. Esa falta de objetividad de los padres hacia los hijos y de éstos hacia los padres, considerándose muchas veces los unos a los otros muy por encima de la realidad, hace que la tolerancia se multiplique casi hasta el infinito, algo que no se produce entre los hermanos, lo que marca que las relaciones familiares puedan ser consideradas muy distintas según sea a los miembros que afecte. Esa mayor objetividad en el juicio entre hermanos puede ser un buen instrumento para que los padres, escuchando a unos y a otros reconduzcan el consejo que puede favorecer al hijo según parámetros más objetivos de los que puedan seguirse de la pasión de padres.
Esta similitud del amor entre hermanos a la amistad justifica que las relaciones entre hermanos puedan ser muy distintas entre unos y otros y, en contra de lo que se oye frecuentemente que los padres quieren por igual a los hijos, haya que admitir que el cariño desigual entre hermanos es algo propio de su naturaleza y no una deformación de los afectos.