PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 48                                                                                           ENERO - FEBRERO  2010
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LA REFERENCIA DEL AHORRO

 
Con alguna frecuencia hay economistas que acuden a mostrar como ejemplo del hacer universal lo que se prefiere para la economía doméstica. Durante muchas décadas el empeño de las familias ha estado en poder ahorrar, para afrontar los periodos adversos con un mínimo de solvencia. Para ello se recurría a redoblar el trabajo en los tiempos propicios, sabedores que de ese aprovechamiento dependerían otros posteriores. Aunque no todo el pueblo tenía posibilidad de ahorrar, en la medida que estaba a su alcance se esforzaba en conseguirlo, para ello uno de los medios radicaba en moderar el consumo, de modo que, atendidas las necesidades primordiales, el más capital no significaba automáticamente mayor gasto, sino que se procuraba una proporcionalidad entre bienestar y ahorro, considerando que esto último constituía una garantía de bienestar futuro.
La capacidad de ahorro responde a la ecuación: Ahorro disponible = rentas del trabajo + rentas del capital - gastos corrientes principales - consumo superfluo. Las rentas del trabajo constituyen el factor esencial que posibilita el ahorro preventivo, pues si el mismo proviene de las rentas del capital supone la existencia de un ahorro preexistente, que incrementa pero no hace preciso el empeño del ahorro. Como rentas del trabajo sólo permiten margen de ahorro cuando sobran de cubrir el gasto corriente principal, éste último queda dependiente del consumo superfluo. Esta ecuación tan sencilla, que es la básica de la economía doméstica, nos señala cómo las rentas del trabajo y el consumo superfluo son los dos factores esenciales que marcan la estabilidad de la economía. De que en una sociedad uno y otro se encuentren equilibrados dependerá mucho la marcha de la economía global.
Para que las rentas del trabajo puedan generar un ahorro propicio son necesarias tres cosas: 1ª Que en los momentos de bonanza económica, cuando se da crecimiento, la rentas o plusvalías generadas repercutan proporcionalmente sobre las rentas del trabajo. 2ª Que los precios de los bienes en el mercado no crezcan como consecuencia de la inflación especulativa. 3ª Que los ciudadanos no se dejen arrastrar por la tentación del consumo innecesario cuando perciben una mayor liquidez derivada de la mejora de la rentabilidad del trabajo. En la medida que estas tres condiciones no se cumplan, la estabilidad de la economía se resiente provocando crisis económica que embargan a una parte considerable de los ciudadanos.
La economía moderna adolece de un error sustancial y es su ideario en torno a que el consumo es el principal motor del crecimiento económico, sin valorar que el ahorro no es un no consumo sino la garantía de una estabilidad de consumo. Lo superfluo que deja de consumirse hoy garantiza el consumo de lo principal cuando el mercado recompone una situación inflacionaria.
La adecuación de las rentas del trabajo a la mejora económica implica que los trabajadores por cuenta ajena vean retribuidos sus salarios en función de los beneficios empresariales más que de la ley de la oferta y la demanda, para que en los tiempos de crisis no se liquide, sino se modere, la pérdida del poder adquisitivo, adaptando según convenga la flexibilidad de la jornada laboral en vez del despido de parte de los trabajadores. La compensación de esas variaciones de rentas entre los periodos de crecimiento y crisis quedarían encomendados al ahorro generado, reduciendo las diferencias de consumo de unas épocas a otras, lo que facilita la estabilidad general.
Luchar contra la inflación especulativa ante las perspectivas de una mejora de la economía es uno de los aspectos más difíciles de atajar en la economía de mercado, porque, siendo la esencia del mercado ganar más, difícilmente se amolda a contemplar el beneficio a largo plazo cuando se presenta la oportunidad de hacerlo de inmediato. Claro es que si el mercado se come en poco tiempo el beneficio de la mejora de las rentas disponibles, pronto no tendrá de que beneficiarse cuando haya generado la crisis de los bolsillos vacíos. Una programación inteligente sobre la regulación de los mercados es algo en que puede progresar la ciencia económica para no caer en la insensatez de una intermitente autorregulación en forma de diente de sierra, que aúpa a la sociedad para pronto dejarla caer, y la hunde para que se entusiasme en el resurgir.
Con todo lo que es de difícil el rectificar los hábitos del mercado laboral y mercantil, lo más complicado para auspiciar un sistema económico equilibrado radica en convencer al ciudadano que se aísle de la euforia del tener por tener y del comprar por comprar. Esa moderación de la actitud de cada persona que gobierna bien la economía doméstica es la que se necesita que se generalice frente a la decadencia endémica de una sociedad que se deja manejar por la publicidad de un mercado cada vez más agresivo por convertirse en el factor decisorio de la personalidad. Enrolar adeptos al consumo es tan nocivo para la sociedad como fomentar la ludopatía pensando que ello reportará sobre las arcas de la hacienda pública. Rememorar las referencias básicas de la economía puede ser una buena lección ciudadana, y entre ellas debería primar la del ahorro sobre el gasto superfluo.