PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 5                                                                                                   DICIEMBRE 2002-ENERO 2003
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SIN JUEGOS NO HAY FUTURO






En uno de mis frecuentes viajes de Portugal a España, paseando por una de las calles del ensanche de A Coruña leí en el rótulo de un local comercial “Sin juegos no hay futuro”. Recuerdo el local vestido en negro y apellidado con el nombre del héroe de uno de mis hijos: Mazinger.

Seguí paseando y sin otro quehacer, mientras me dirigía hacia el hotel, retornó a mi cabeza esa frase que de primeras me había parecido un reclamo de lo más simple. El barrio que atravesaba no era uno de los que menos repaces dejan ver, y la viveza de sus gestos al contraste de la pesadumbre de mis piernas me recordaron que efectivamente el futuro estaba en ellos. De cómo aprendan a ser los nenos, así se configurarán las futuras generaciones, así se establecerá las relaciones humanas, así se orientará el mundo.
El sin juegos no hay futuro encierra una llamada de atención precisa, pues donde más forjan su personalidad los nenos es en el ejercicio de sus juegos. Lo que para los mayores nos supone la vida social, para los pequeños lo determinan sus juegos.
Una cosa es enseñar, la retahíla de consejos que abuelos, padres y maestros vertemos a los rapaces, y otra distinta es aprender, interiorizar o trasformar en hábito propio unas actitudes determinadas. Ese inmenso mundo que cabe en una criatura, en último término, es modelado por sí mismo sobre los influjos ejemplares que recibe. Uno de los ambientes que más determina la personalidad de los pequeños es precisamente el de los juegos. Aprendimos y aprenden a coordinar, a relacionarse; en los juegos se experimenta el sabor del triunfo y la contrariedad del fracaso; el ejercicio de la constancia, perseverando para alcanzar la destreza del hermano mayor. En los juegos la imaginación se ilumina para sortear la carencia de juguetes y todo puede llegar a ser todo en el mejor de los sueños.
En época de recensión de nacimientos y de mínimas familias, de hijos únicos y padres separados, no es poco importante que la sociedad se afane en que sus hijos crezcan y se desarrollen en el adecuado intercambio de experiencias y sentimientos jugando con los amigos. La soledad de muchos hogares trasciende en la educación de los más pequeños, quienes, con cierta frecuencia, crecen en una única relación de amistad con el televisor o el espacio virtual. La pantalla que es fuente novedosa de ilustración, es también el mayor antídoto de la creatividad. Las ocupaciones -que no juegos- que fomentan la pasividad de los rapaces, a la larga determinan rasgos en la personalidad de introversión; frente al estímulo se produce la reacción, pero el individuo se encuentra en precario para ser fuente de estímulo, creativo, fuera de lo que es el ámbito de la imaginación ilustrada.
El juego colectivo, el que reúne en torno a un proceso a un grupo de compañeros, se convierte en un continuo intercambio de alternativas de posición, se entrecruzan los pareceres y, de alguna manera, se crece en común. A través de los juegos uno también es algo de lo que son los demás.
Si más de un político aprendiera cómo se entienden los niños cuando juegan, quizá se planteara que las tensas relaciones que tanto afectan a la sociedad no sean más que la consecuencia de quienes aún siguen contemplando el mundo desde su soledad. Y así, desde luego, sin juegos no hay futuro.