PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 5                                                                                                   DICIEMBRE 2002-ENERO 2003
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LA TRAMPA
 

En la sociedad se puede vivir de muy variadas maneras, una de ellas es la de vulnerar sistemáticamente las relaciones de conducta social: lo que algunos críticos han venido a llamar vivir de la trampa.

La conducta social no es un conjunto de elementos ornamentales para dar apariencia a la convivencia, como podría ser la etiqueta, sino que responde a las necesidades de orden que tienen como fin conseguir el bien común, o sea, el bien para la generalidad de los ciudadanos.
Las relaciones hombre / comunidad no son contingentes, pues derivan de la propia naturaleza social del ser humano. La persona que se desmarca de la responsabilidad de sus relaciones sociales, en el fondo, reniega de su condición humana. Lo que ha de hacer el hombre, lo ha de hacer en sociedad. Por eso la desvinculación del individuo de sus compromisos sociales sólo es parcial y se configura como un reflejo de la personalidad.
Los criterios propios de imputación de responsabilidad son muy variados -en determinados grupos sociales incluso muy variables- y constituyen la norma próxima de actuación del ciudadano. La evidencia del beneficio propio es el resorte inmediato de aceptación de la norma y el beneficio ajeno sólo es aceptado como compensación. El juicio sobre el equilibrio no es siempre ponderado y se genera la disconformidad interior con la norma. El individuo acaba por considerar que la sociedad está en deuda con él, y resuelve vulnerar los compromisos allá donde pueda hasta los límites de la sanción.
En otros casos no se realiza una valoración de los límites de la responsabilidad sino que se asume llanamente la irresponsabilidad como norma. Es el juicio de quienes consideran que la astucia deslinda la población entre vivos y pardillos, correspondiendo a cada cual, según su picardía, sacar el mejor provecho de la vida en sociedad. El valor de la norma se convierte en un referente al que buscar la vuelta para poder esquivar sus implicaciones. Hecha la ley, hecha la trampa.
Así, existen grupos de ciudadanos que eluden pagar impuestos, explotan a sus trabajadores, circular a su antojo, construyen violentando el urbanismo, molestan a los vecinos, desprecian la naturaleza, hurtan en los mercados, utilizan sin escrúpulo el chantaje y la coacción, especulan con sus recursos, etc. etc.
Esta forma de comportamiento puede categorizarse en las sociedades de dos distintas maneras: 1ª Cuando quienes así obran son un grupo marginal. 2ª Cuando ese sistema de actuación alcanza a la mayoría de los ciudadanos, incluidos los políticos de la administración que dictan las normas; estados en que la corrupción sólo deja como margen de solidaridad los espontáneos sentimientos de vecindad.
Vivir de la trampa es quizá el vicio social más arraigado, pues si bien la rectificación de la norma injusta puede conseguirse con la participación democrática, la corrupción generalizada que ignora el valor del orden social es muy difícil de atajar, por el mismo desprecio que a la norma reguladora se da. Es siempre en estos casos que los más perjudicados son los más desfavorecidos, sobre todos los que por su constitución reúnen más deficiencias para desenvolverse en sociedad.
Vivir de la trampa se constituye así como la gran trampa social que impide el verdadero progreso solidario de una sociedad.