PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 51                                                                                          JULIO - AGOSTO  2010
página 10

 EL DESENCANTO DEMOCRÁTICO

 
La democracia de los tiempos modernos, en una gran parte del mundo, aún es muy joven, por lo que no debería extrañar que, cuando las crisis arrecian contra la estabilidad del sistema, aflore en determinados ambientes el desencanto democrático. La pérdida de credibilidad del liderazgo, la inestabilidad del orden público, el paro, la inflación, la desconfianza de los mercados, la discriminación nacionalista y otras muchas dificultades sociales influyen sobre los ciudadanos, cuestionándose si constituye la democracia el sistema de poder adecuado para dar una respuesta congruente a sus necesidades. En el fuero interno de la población se gesta la disyuntiva de si la cota de poder que la democracia confiere a cada ciudadano le hace capaz de reordenar todos esos desajustes, o si, por el contrario, su responsabilidad no constituye más que una coartada para que los poderes fácticos puedan operar a su antojo bajo la apariencia de que es el pueblo quien gobierna, quien, por tanto, decide y quien se equivoca.
Cuando hay tiempos de progreso y crecimiento económico, las dudas sobre la eficacia del sistema democrático apenas afloran, porque el bienestar que se difunde ayuda al refrendo del sistema al interpretarlo como un éxito de la ciudadanía. Pero ese respaldo es más emocional que racional, parecido a cómo se siente un éxito colectivo, como puede ser el triunfo del equipo nacional en una competición deportiva; o cuando la población cierra filas con su gobierno ante una agresión exterior.
Si lo que los ciudadanos perciben es una situación del deterioro del bienestar y la reacción que les ofrece el sistema es permutar la orientación de su voto, -lo que, para la mayoría, representa castigar a la ideología más próxima para dar la oportunidad a la menos valorada- para muchos ciudadanos supone una práctica de enmienda y un implícito reconocimiento de su error anterior difícil de admitir. Evitar esa transformación ideológica se salva si existe varias alternativas dentro de la horquilla de criterio del cada ciudadano; de no ser así, la tendencia es a distanciarse del sistema, lo que se corresponde con negarse para sí mismos los derechos que garantiza la democracia.
Lo esencial del valor de la democracia que debería cautivar a los ciudadanos no es sólo lo que se identifica con el gobierno del pueblo, sino también, y quizá en primer lugar, la salvaguarda que el sistema ofrece para construir en libertad el entramado social de progreso. Por ello, potenciar la democracia para no caer en el desencanto es interiorizar el valor de que la democracia es un sistema a construir, y por ello responsabilidad común para superar las muchas dificultdes que no sólo se reflejan en la acción de gobierno, sino desde las relaciones más básicas de la comunidad. Ser demócrata supone valorar el respeto al otro ciudadano como al igual, y hacer de ello la identidad básica de las relaciones políticas. Eso, que debería ser irrenunciable, es lo que no debe decaer cuando las dificultades evidencian las debilidades del sistema, que muchas veces constituyen convulsiones sociales que no son es sí consecuencia del sistema, sino expresión de lo que aún no ha sido convenientemente democratizado.