PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 52                                                                                          SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2010
página 4

POLÍTICAMENTE CORRECTO

 
La lengua hablada adquiere su competencia con el uso, valorando en cada tiempo expresiones y hábitos que representan el sentir de la comunidad parlante. Estas preferencias unas veces son simples locuciones denotativas y otras connotan comportamientos o cómo debe orientarse el pensamiento de acuerdo a las formas ideológicas dominantes en la sociedad.
En los últimos tiempos una expresión que ha alcanzado bastante vigencia es la de políticamente correcto, que conceptualmente viene a identificar que el discurso y la acción deben encauzarse dentro del margen que una mayoría entiende como la forma correcta de hacer política. Algo así como las buenas formas, o una formalización ética que contribuya al objetivo de que la actividad política mejore su opinión, un tanto deteriorada para muchos ciudadanos. De la misma manera que para el deporte se reclama un ética en la competición -preservando la legítima lucha y confrontación, pues sin ellas se devaluaría la esencia deportiva-, en política se admite como consustancial la diferenciación de intereses que se oponen entre sí en la concepción del sistema político, lo que valida la lucha ideológica, que las más de las veces se corresponde con luchas de poder, pero, en cuanto que se consideran legítimas como alternativas con respaldo democrático, su discusión y enfrentamiento no presenta más límite que el que los ciudadanos consideren propio de su misma condición. Ello es lo que repercute que lo políticamente correcto lo sea de acuerdo al juicio de autotolerancia que la misma sociedad se concede en sus relaciones.
Si se quiere buscar cuál sea el fundamento que justifica la aceptación del ámbito de lo políticamente correcto, habría que remontarse a lo que formalmente constituye la corrección en las relaciones sociales, y ello estriba en el respeto con que deben tratarse las personas, precisamente porque la otra parte de la relación la ostentan asimismo personas. La política puede alterar intereses individuales sometiéndolos a los colectivos, e incluso, según algunas ideologías, puede hacer prevalecer intereses personales sobre otros comunitarios, con una interpretación muy amplia de lo que corresponde a la justicia, pero lo que en ningún caso debe obrar es faltar al respeto debido a los ciudadanos. Por ello las formas han adquirido relevancia en la política, aunque los contenidos de los roles de poder se mantengan invariables.
Para algunos, ese consenso en torno a las formas políticamente correctas suponen un acto de hipocresía social, pues representa el disimulo del lado cruento de la política bajo la máscara de convenciones sociales predeterminadas. Frente a esta crítica cabe distinguir si lo políticamente correcto afecta a contenidos o formas, pues, si es a los contenidos, lo políticamente correcto se identificaría con la justicia y el bien común, fines últimos de toda la política, pero, en cambio, el uso social de la expresión políticamente correcto ha derivado hacia el campo semántico de las formas, ya que los contenidos de toda política democrática, en cuanto respaldada por la voluntad ciudadana, se llega a admitir como justa, en cuanto que, de lo contrario, la misma sociedad se estaría autoinculpando.
Así, el contenido de verdad para la expresión de lo políticamente correcto no habría que contrastarlo respecto a lo que cumple los objetivos de justicia, sino a aquellos que no dañan al respeto debido a cada ciudadano en las formas propias del ejercicio político. Lo que parece tan al alcance de todos los políticos, se esperaría que presidiera de continuo su actuación, pero es demasiado habitual que lo que se impone sean formas indebidas, no siempre bien criticadas -a veces jaleadas- por una parte no desdeñable de ciudadanos.