PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 55                                                                                          MARZO - ABRIL  2011
página 10

VALORES INTERCULTURALES

 
Una disputa entre los antropólogos sociales se mantiene sobre si la educación democrática es la que configura la mente de los ciudadanos para desarrollar el valor de la libertad, o si el valor innato de la libertad es el que permite construir una justa democracia. Para los primeros, conceptos como derecho, deber y libertad serían perfecciones de las relaciones sociales debidas a la educación; para los segundos, esos conceptos estarían en la configuración anímica del ser humano, y su proyección sobre las relaciones sociales es lo que haría que estas fueran justas y equitativas.
Una y otra perspectiva marcan formas distintas de concebir el orden en el mundo. Cuando se considera una consecuencia de la formación que transmite un ambiente social propicio, el asentamiento de la democracia ha de difundirse desde modos ejemplares de una colectividad que los transmite a los demás. Ello implica que lo que enseña es una realización cultural propia no siempre adaptable a la mentalidad social de otros grupos, lo que cuando se hace sin ese consenso supone una colonización. Pensar que la democracia es un valor occidental o de los países ricos supone vincular democracia y tradición, cuyo análisis vendría a mostrar cómo en muchos aspectos la democracia es sólo formal, y no real. No hay que olvidar que esas tradiciones han aceptado la guerra, la esclavitud, la discriminación... como constitutivos  tan propios de la cultura que aún hoy se puede decir que un porcentaje importante de ciudadanos en su foro interno no cree en la igualdad de derecho sobre la que se asienta la democracia.
Si se admite la teoría contraria, o sea, que el valor de la libertad y la justicia son valores morales innatos, se justifica que en todas las sociedades y culturas pueda desarrollarse la democracia, con formas políticas propias en cada cultura, pero equivalentes en el fundamento moral del respeto universal al derecho individual. Así no se concebiría la conciencia personal, si no es esta la que progresivamente se exige ser de acorde con sus principios.
Considerar la democracia como un valor intuitivo de la inteligencia humana que reconoce a los demás tan capaces como uno mismo para decidir el orden social que rija sus mutuas relaciones supone que, como valor, yace en las personas indistintamente de su educación, siendo la esfera social en la que se desarrolle la que motivará su mayor o menor determinación. No todos los pueblos presentan un orden social democrático aceptable, ya que la mayoría se deja gobernar por oligarquías a cuyo poder se somete, o porque discrimina por sexo o castas; pero es muy posible que en sus relaciones existan anhelos democratizadores importantes que no pueden sino proceder de la naturaleza más genuina de su personalidad.
No hay que confundir la política de los Estados con la idea personal de sus ciudadanos hacia la política, cuya discrepancia es la que genera las revoluciones. En cuanto menos reprimida está la sociedad, aquellas son menos violentas, porque una mayoría de la ciudadanía sigue al uso de la razón en sus reivindicaciones. Pero de muchas revoluciones se sigue el no saber constituir un Estado, dado que la articulación democrática de los derechos precisa una técnica política, que no es innata como lo es el reconocerse con derecho a la libertad. Participar es tarea de todos, pero también el deber de sostener el sistema desde el trabajo personal en el sector de la sociedad para el que cada uno esté cualificado.
Si para una corriente de pensamiento, la educación es quien engendra la democracia, esta misma tesis se puede aplicar para sostener que es esa cultura la que puede reprimir la democracia natural, cuando desde posiciones radicales, próximas al fanatismo, es capaz de reprimir el ansia natural hacia el bien y la libertad. No saber no implica no querer saber, y por ello la incultura de muchas personas no es óbice para que en sus mentes y corazones esté implícito el deseo de progresar al unísono en sociedad, en lo que yace la estructura más profunda de la democracia.