PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 57                                                                                          JULIO - AGOSTO  2011
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CONCORDIA

 
De manera parecida a como la síntesis unifica las posiciones intelectuales diversas, reconciliando incluso fundamentos de tesis diferenciadas o contrarias, así la concordia debe reunir, en el acuerdo social necesario para la paz, doctrinas sociales y tradiciones para facilitar la convivencia de las personas. Si la sociedad humana es un conjunto de relaciones, la paz sólo se alcanzará cuando se generen, respectivamente en cada ámbito, acuerdos entre las partes que entran en relación. Las más de las veces se piensa que los acuerdos de concordia siguen al enfrentamiento, dándose entre vencedores y vencidos, sin considerar que la esencia propia de la concordia es realizarse como acuerdo intrínseco a toda relación, de modo que se evite la degradación de la misma que genera la lucha.
Cuanto menos querida para las partes es una relación, más posibilidades hay de que exista dificultad de entendimiento, y si la relación no puede evitarse, tanto porque una parte imponga su interés y su dominio, o porque sea conducida por acontecimientos incontrolables, teniendo que haber relación, lo más interesante es lograr el acuerdo que haga la relación amistosa o tolerable, dado que la alternativa es el enfrentamiento. La concordia busca la concordancia que todas las tendencias sociales mantienen en cuanto se consideran enraizadas en las legítimas pretensiones humanas de buscar el bien.
La paz como realidad social la defienden prácticamente todas las tendencias ideológicas, porque se considera consustancial al ser humano querer vivir en un ambiente ajeno a la violencia. También los grandes dominadores del mundo han recurrido a la paz como justificación y finalidad de su dominio, pretendiendo dar a entender que la represión que erradica la crítica y la contestación es precisa para salvaguardar la convivencia, sin admitir que la represión que afecta a derechos humanos ya es de por sí un acto ilegítimo de violencia. La auténtica y deseada paz de la humanidad no puede sino identificarse con la conciencia personal de no ser violado en la dignidad humana.
Promover la concordia en la que todas las partes de una relación consideren respetados sus derechos individuales es difícil, pero es el fin propio con el que debe aproximarse cada parte que entra en relación con los demás, y el ideario fundamental del modelo de sociedad estable. Esa concordia puede lograrse en gran parte con el apoyo de la filosofía social al buscar la concordancia de los contenidos de verdad en que se fundamenta cada tendencia y casarla con los contenidos de verdad de las demás. Desde ahí construir la eficacia del acuerdo pacífico, frente a la diferenciación superficial de las tendencias que conducen al dominio y al enfrentamiento. De ese contraste entre las aplicaciones de cada teoría social, deben las demás retroalimentarse para verificar las condiciones de verdad en que puedan fortalecer su propios principios. Si la paz es por todos querida, es necesario interiorizar el instrumento de la concordia como valor raíz del buen fin de las relaciones sociales.
La concordia universal está en el fundamento ideológico de la democracia, en la que se admite el criterio mayoritario como referencia de consenso. También la idea de concordia universal inspira la creación de los organismos internacionales de cooperación a la justicia, bien sea en el ámbito puramente político, de control armamentístico, de constitución de tribunales internacionales, de atención a la alimentación, de fomento de la igualdad, etc. que con más o menos acierto intermedian entre pueblos y naciones. Todos esos posicionamientos a favor de la concordia valdrán tanto cuánto sean capaces de reconocer que su substrato cultural alimenta, y no manipula, los derechos universales a participar activamente en la orientación idelógica de las relaciones sociales, desde el ámbito más local al más universal, ya que en el origen de todas las revoluciones incontroladas que tanto han perturbado la paz en la historia subyace el clamor popular por ser reconocidos actores, no espectadores, del propio destino.