PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 57                                                                                          JULIO - AGOSTO  2011
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AUTOGOBERNARSE

 
Una de las facetas comunes a una gran parte de las protestas de ciudadanos es la crítica a los gobiernos, acusándoles de que lo hacen mal, son corruptos y favorecen invariablemente a los grupos de presión. Esta legítima postura -esté o no legalizada la posibilidad de manifestación- no exime de la responsabilidad personal de que quien critica se examine a sí mismo sobre su propia calidad de autogobierno. Quien no se controle en lo mismo que acusa a la autoridad, debería reflexionar si lo mejor para la sociedad no sería la propia rectificación.
El gobierno es una función que tiene como fin actuar de modo legítimo, legal y con el máximo aprovechamiento para los gobernados de la materia que es objeto de la acción de gobierno. Debe ser legítimo y legal porque en la sociedad la función de gobierno es delegada, y son quienes delegan los que comprometen su soberanía en promover una sociedad justa que proteja el bien común. Debe ser de máximo aprovechamiento para los gobernados porque ellos son los sujetos, y no objetos, del bien común. El buen gobierno se resume en aplicar la justicia, y para ello se requiere eficiencia y eficacia, que son las mismas exigencias que deben requerirse del autogobierno de todo ciudadano.
Tomando en consideración que la sociedad está formada por seres humanos, el primer requisito que ha de hacerse a los mismos para su buen gobierno es el uso de la razón. Uno de los peligros de la personalidad es acostumbrarse a dar por hecho que las propias decisiones son de razón, por la simple realidad que el ser humano tiene inteligencia, sin calibrar si para una actuación se ha previamente razonado lo suficiente para poder afirmar que se actúa con una conciencia cierta. Como muchos de los actos humanos responden a reflejos condicionados, es fácil que esta forma de actuar se refleje sobre otras decisiones con las que se actúa sin la suficiente deliberación. Es labor de la inteligencia discriminar la libertad de que goza el hombre para obrar, porque ello implica su responsabilidad, y, por tanto, necesidad de estudiar y razonar las consecuencias de las propias resoluciones. Cuando la razón se reconoce confusa, se debe recurrir a conocer mejor, requiriendo si es preciso el consejo, porque de igual manera que no se acepta ser gobernado desde la incertidumbre, no se debe obrar en la incertidumbre.
La libertad humana se ilumina en la inteligencia, pero se realiza con la voluntad. Gobernarse correctamente exige la decisión de mantener y defender el propio criterio, sin ceder por una debilidad que deje la iniciativa a los demás. Una cosa es alcanzar consenso con las razones alegadas por unos y otros, y  otra ceder la responsabilidad, porque quien obra así no es que se pueda equivocar, sino que renuncia a ser. La omisión del autogobierno es una de las sintomatologías de la débil personalidad, que deja siempre sea su entorno quien asuma la responsabilidad, limitándose a luego criticar si lo ejecutado -en parte debido a su apatía- no era su opinión.
Gobernarse para buscar la verdad y aplicarla es la primordial tarea social de todo ciudadano, pues del resultado del conjunto de las obras particulares depende más el bienestar social que de la acción de los gobernadores, cuyo importante influjo normalmente apenas modifica la inercia de vida de una sociedad. Más bien, los defectos de los gobernadores son el reflejo de los modelos personales que siguen los ciudadanos.
Al indagar sobre el aspecto racional del autogobierno personal, es necesario aproximarse a la limitación que le afecta de que el cuerpo humano busque imponer en la personalidad su carácter individual, negando a la razón su esfuerzo de deliberación por dar a las cualidades del carácter la iniciativa como formas absolutas que determinan el modo de obrar. Considerando el carácter ampliamente, como el conjunto de las improntas genéticas y las aprensiones previas al uso de la razón, éste tiene mucha fuerza sobre el ser humano, porque cuando la persona comienza a formarse en la autocrítica, ya el carácter lleva años regulando los modos de ser y las respuestas condicionadas. Por ello, el autogobierno depende mucho de la autocrítica con que toda persona, en su paso a la madurez, valora la implicación de la libertad. Hasta cuánto crezca la personalidad dominando al carácter será uno de los factores que determinen las posibilidades del autogobierno, pues cuanto mayor es la personalidad tanto más amplio es el recurso a la razón y el dominio de la propia voluntad.