PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 59                                                                                         NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2011
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LA EMOCIÓN Y EL LENGUAJE

 
Como las acepciones de algunos términos relacionados con el lenguaje son amplias, conviene fijar para este artículo la definición de términos como lenguaje, lengua y habla, a fin de facilitar su interpretación en el igual sentido que quien los escribe.
Por ello se entiende por:
  1. Lenguaje: El sistema propio de comunicación de una especie.
  2. Lengua: La estructura cierta de un lenguaje oral.
  3. Habla: Los actos de comunicación mediante la lengua de cada individuo.
El habla, y su extensión gráfica: la escritura, constituyen el único hecho real de la comunicación, mientras que lenguaje y lengua son sistemas significativos en los que los actos del habla alcanzan comunicación. Así para que un acto hablado pueda transmitir un mensaje es preciso que esos sonidos sigan un código aceptado por el hablante y el oyente. De la esencia formal de ese código se ha ocupado la filosofía durante el siglo XX.
Los hechos de habla son personales en cuanto las características articulatorias y tonales en cada individuo adquieren un punto propio que les distingue de los demás. Pero aún más esas características se matizan en función del estado emocional de quien habla. Por eso el contenido de una comunicación no sólo transmite un mensaje conceptuado según un código, sino que puede connotar la identificación del autor, su estabilidad emocional y la intención del mensaje.
Teóricamente la denotación, o sistema de asignación de un signo para identificar a algo, es un hecho arbitrario, o sea, que la cualidad del signo no guarda relación con la cualidad de lo designado. Pero dado que el mismo acto comunicativo connota emociones del hablante, se podría plantear si, siendo la connotación de la lengua anterior a la denotación, no habría un influjo en que los signos denotativos se hayan formado en su origen desde el reflejo emocional que produjera cada cosa sobre la persona y la comunidad.
Igualmente, la estructura de cada lengua originaria indígena debería recoger algo, o bastante, de los caracteres de cada comunidad, porque la formación de la sintaxis progresivamente desde las formas más sencillas a las complejas deberían haber evolucionado de acuerdo a la personalidad o forma de ser de la población.
Una referencia de ese proceso del influjo de las connotaciones emocionales sobre la semántica y la sintaxis podríamos encontrarla en que en la actualidad para crear un neologismo se acude habitualmente a formas léxicas conocidas, derivando o componiendo, enriqueciendo o peyorando, según el interés emocional que alcanza el nuevo término en la comunidad.
Si tomamos en consideración que los códigos semánticos para que sean útiles deben ser aprendidos por la comunidad que utiliza la lengua, en su formación la lógica marca que los signos fueran derivaciones de los más remotos y elementales fonemas con que se pudieran expresar los sentimientos, y de ellos por derivación se hubieran ido formando los demás.
Para el estudio de la lingüística este remontarse a conocer los posibles orígenes de las diferentes semánticas de los pueblos primitivos puede ofrecer cierto interés, pero para la investigación antropológica podría ser de gran valor si al descifrar la estructura de cada lengua remota se pudiera obtener aportaciones sobre las emociones vivenciales de la más remota antigüedad y el estudio comparado de las evoluciones de los caracteres en función de las transformaciones lingüísticas.