PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 59                                                                                         NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2011
página 8
 

IGUALDAD PARA LA EDUCACIÓN

 
Para muchos la igualdad en la educación constituye un objetivo. Para otros es una utopía. También hay quien ello lo considera un alienación. Planteado así, podría parecer una contradicción social, cuando al mismo tiempo se reivindica universalmente que la educación es el empeño más trascendente para cualquier pueblo. Por ello, lo que conviene es analizar qué cada uno entiende por igualdad, para intentar abordar los elementos sustanciales que para todos deberían ser incuestionables y prioritarios.
Quizá lo primero en reconocer debe ser que la educación es un derecho personal para quien debe recibirla, frente a quien lo considera como un derecho genérico o un derecho de padres y tutores, para quienes, en todo caso, recaería el ejercicio del deber de proteger el derecho del tutelado. Objetivar que el derecho recae en el sujeto del educando no es vanal, porque ello mismo configura cómo, al ser un derecho personal de un menor, no se puede considerar como merecido, sino innato, y por tanto idéntico para todos los niños. De ese reconocimiento del derecho a ser educado para poder desarrollarse como persona es de donde se origina una primera noción de igualdad a la educación, porque si el derecho a ser persona proviene por la razón natural de ser, quien está predestinado a serlo ha de lograrlo independientemante de circunstancias ajenas a la de la propia condición de ser.
Es evidente que las condiciones para desarrollar la educación que se recibe no es igual en todas las personas, sino más bien es distinta en cada una, como distinto es su carácter y su mente, dentro de la unicidad de la misma naturaleza. El que cada menor ha de desarrollar su propia personalidad podría parecer que justifica la diversidad de la aplicación de la técnica educativa, pero también cabe la lectura de que el cómo se aplique la técnica va a ser determinante para la educación. Esto es tan importante porque si la sociedad discrimina en la formación de la personalidad no se podrá juzgar con el mismo grado de responsabilidad a quien la sociedad ha conferido una distinta intensidad educativa que pueda haber sido determinante para la formación de su conciencia moral.
El derecho a recibir un sistema eficaz educativo es compatible con aplicar sus contenidos de modo personalizado, ajustando la enseñanza a cada carácter, lo que comporta una desigualdad proporcionada a la variedad de modos de ser. Por lo que hay que admitir que existe una cierta desigualdad en la educación que sigue a la peculiaridad que distingue unos seres de otros.
Una segunda desigualdad no proviene del sistema educativo en sí, sino de la libertad del individuo, que en la operación de educarse puede aplicar mayor o menor empeño, de modo que haga que el rendimiento del mismo método, aun dispensado a formas de ser muy semejantes, produzca resultados muy distintos. Como la educación del menor es un itinerario progresivo, la variabilidad en la respuesta personal va a lograr que se creen resultados desiguales en el proceso educativo entre miembros de una misma comunidad escolar.
La acptación de un sistema no implica que no sea necesario trabajar en la permanente renovación de los métodos, lo que también entraña una diferenciación educativa en función del grado de investigación e innovación en que se aventuran unos profesores frente a otros. Como no todos los alumnos pueden disponer del mismo profesor se crea diferencias entre unos y otros que pueden condicionar, quizá más de lo que pudiera parecer, la igualdad en la educación recibida.
Como puede observarse hay motivos para considerar que se hace imposible en la realidad lograr una educación igualitaria, por más que el sistema quisiera lograrlo. Lo que no impide que se pueda exigir un marco de igualdad desde el concepto de respeto al derecho natural de todos los niños a disponer de oportunidades similares para educarse, independientemente de la condición de sus progenitores, porque el derecho a ello es innato y no de acuerdo al mérito propio ni de sus padres. La vida establecerá las diferencias debidas a la libertad y responsabilidad de cada persona, pero en el punto de partida parece lógico que no se creen ya estamentos condicionantes en virtud de lo que cada menor no merece. Sentar la base de la prestación de una misma igualdad de oportunidades a gozar de una buena educación implicaría no sólo a profesores, sino también a padres y medios de comunicación; y mientras estos últimos en una gran mayoría difunden mensajes universales, la mayoría de los padres no alcanzan a entender la trascendencia social de la igualdad educativa, o sea, que han de velar no sólo para que sus hijos se eduquen correctamente, sino que toda la comunidad disponga de la adecuada preocupación por la educación común, compartiendo el desvelo no sólo en forma particular en el seno de la familia, sino como deber social en la integración del sistema educativo de cada centro.  Hacerlo así garantiza las correcciones mutuas de la proyección de personalidad de los padres en los hijos, lo que redunda no sólo en progresar en conseguir avanzar hacia una sociedad más homogénea y armónica, sino también en que los hijos adquieran una conciencia de integración que modelará sus compromisos de solidaridad.