PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NUMERO 61                                                                                         MARZO - ABRIL  2012
página 8

ESTADO DE PROTECCIÓN SOCIAL

 
Un ejemplo equivocado de la sociedad contemporánea es la utilización del término Estado del bienestar para querer significar el logro socialdemócrata de un Estado de protección social. El bienestar es un término muy subjetivo , tanto como que unos lo identifican con la paz y la seguridad, otros con la salud y la longevidad, otros con la proyección en la familia, otros con la realización profesional, otros con la consecución de la solidaridad, y así cabría definir que el bienestar engloba todo lo que genera satisfacción, pero es muy fácil entender que el Estado no puede proporcionar todo a todos, porque aunque en un paraíso se pudiera conseguir, siempre habría quien sufriría descontento con lo que no tiene. Por ello -y porque durante muchos siglos la gente se ha sentido medianamente feliz- no es apropiado situar el bienestar entre las potestades del Estado, siendo más racional situarlas acordes según cada realidad.
Un buen objetivo para un Estado es lograr una protección a sus ciudadanos en lo que cada uno de ellos pueda encontrar dificultad de alcanzar, en especial en lo que se refiere a una igualdad de oportunidades para desarrollarse íntegramente como persona. Ello precisa del Estado no sólo dar, sino también exigir, ya que lo que una sociedad alcanza es la materialización del esfuerzo que da a día empeña. Exigir ser más responsables es lo que produce incrementar las posibilidades de un mayor bienestar. Lo logrado por toda la sociedad es lo que el Estado de alguna manera administra para que la distribución de los beneficios alcance a todos los intervinientes, y que también se destine una parte de esos recursos para promocionar el porvenir.
Existe una antigua imagen del Estado como el padre burgués que tiene recursos para repartir entre sus hijos, porque gusta de verlos felices. Esa imagen representa en todo caso la repercusión sobre sus metrópolis de los imperialismos o colonialismos, pero cada vez está más alejada de la función actual del Estado. Hoy en día, el Estado se asemeja más al profesor sin recursos personales que posee un bagaje intelectual sobrado para enseñar a sus alumnos que la asunción de los valores es lo que a la larga les retribuirá con el bienestar de haber logrado encontrarse satisfechos con su modo de ser.
La satisfacción de ser exige haber dispuesto de un mínimo de recursos para realizarse, lo que a veces no se logra, simplemente por el mero hecho de que no se elige el hogar en el que se nace, y se hereda con frecuencia frustraciones tras frustraciones si no se llega a  alcanzar un punto de apoyo sobre el que potenciarse. También las deficiencias de realización pueden provenir de la enfermedad o el accidente, cuando no a veces por el puro azar de lo que uno no piensa nunca que le pueda alcanzar. La menor capacidad para competir se presenta como una de la lacras individuales en una sociedad eminentemente competitiva, que deja en el margen de la senda del progreso a quienes sin culpa no poseen las cualidades medias que el estándar de sociedad impone. Ese no ser capaz de realizarse o de optar por el derecho a una segunda oportunidad es lo que representa gran parte del malestar de la sociedad, y cuya solución no puede provenir sino por la protección de sus ciudadanos. Ahí compete la función de las políticas sociales del Estado para promover que todos los ciudadanos puedan desarrollar su modo peculiar de ser sirviendo y sirviéndose del beneficio de vivir en sociedad.
Velar porque nadie quede desamparado en su afán de realizarse porque la estructura social lo margine es uno de los retos sociales que caracteriza al Estado moderno de protección social, lo que no impedirá que hayan quienes se automarginan por su irresponsabilidad. La plena integración de niños y adolescentes a la educación, la lucha contra el desempleo, las oportunidades laborales reales para los discapacitados, la asistencia sanitaria, las garantías a la horfandad, el apoyo a la natalidad, los planes de jubilación, la protección a unas condiciones laborales dignas, la igualdad de oportunidades de promoción para todos los ciudadanos, la protección de una justicia eficiente, la asistencia ante catástrofes naturales, etc. constituyen el objeto propio del Estado para proteger a los ciudadanos ante la adversidad, lo que no supone sino reintegrarlos al orden social común que pueda procurarse cada comunidad. Que esa protección genera bienestar es evidente, pero no debe confundirse que el mayor bienestar se lo procura cada cual con su iniciativa y esfuerzo personal, no es una dádiva del Estado, como podría entenderse cuando se abusa de la denominación de Estado de bienestar.