PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 64                                                                                        SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2012
página 4

VAIVENES DE LA VIDA

 
"El carácter se modera y la personalidad se transforma". Esa frase que escuché hace un tiempo en la antena me ha dado de pensar en lo que estoy de acuerdo con ella. En cuanto que "el carácter se modera", lo comparto, aunque sostengo que cuando se llega a la tercera edad retornamos a poseer la misma radicalidad de carácter que cuando niños. Respecto a que "la personalidad se transforma" caben muchos matices, porque siendo la personalidad lo más esencial que cada persona es, no es lo más adecuado admitir variaciones sin especificar su causa, su contenido y sus fines y consecuencias.
En primer lugar, creo que hay que admitir que la personalidad requiere un tiempo de formación, que es en el que se comunica cada persona con el exterior y entiende la vida. El carácter, que es lo sustancial de una forma de ser, es tan característico como su nombre indica, pero la personalidad no afecta sólo al conocimiento que uno tiene de sí mismo, sino también al desarrollo de la propia vida en la relación social, y aquí es donde la personalidad más que transformarse se podría decir que no deja nunca de formarse en función del conocimiento progresivo con que las relaciones no dejan de enriquecerle mientras vive. La personalidad posee un importante componente interactivo, que es el cómo responde cada persona a las exigencias que surgen de su relación con el mundo exterior, porque de esas respuestas cada cual debe evaluar y ponderar la adecuación al medio y a los demás.
Las circunstancias variables y cambiantes de la propia existencia, los vaivenes de la vida, van a poner a prueba los criterios de la propia personalidad. Cada circunstancia varía las exigencias de respuesta de la personalidad, y desde ese punto de vista se podría entender que la somete a transformarse, aunque una concepción más genuina del arraigo de la personalidad podría rebatir que sea la personalidad la que haya de adecuarse a las circunstancias, y más bien que la personalidad en cuanto que más coherente sea consigo misma identifique los aspectos positivos y negativos de cada tiempo y situación respecto a sus fundamentos, y procure interpretarlos adaptando las respuestas genuinas sólo a las nuevas condiciones de verdad que encuentre en cada nueva relación.
Tanto más que una personalidad sea exigente en la coherencia consigo misma, lo será también para exigir rigor sobre los acontecimientos que le acaecen a los largo de la vida. Su evolución deberá ser constante, pero no tanto en función de los acontecimientos, de los que siempre se aprende, sino de qué contenidos de verdad le inducen a renovar sus criterios por muy arraigados que estuvieran en su personalidad. En lo que uno se valora a sí mismo, cabe que ese valor no se preste fácilmente a equívocos, pero, en cuanto más se admira, se debe ser tan racional como para querer aprender todo lo que de positivo enseña cada nueva relación, y a discernir lo mucho de negativo que se ha de tolerar, pero no asumir, como afectos y efectos externos que no aportan estabilidad sobre el consolidado proyecto de ser.
 

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