PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 69                                                                                        JULIO - AGOSTO  2013
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CONSTRUIR CONVIVENCIA
 
El carácter, aquello que reconocemos cómo cada uno es, se manifiesta fundamentalmente en la relación con los demás. La conciencia que cada persona posee de sí mismo, en la única consideración de su interioridad, no puede percibirse advirtiendo una cualidad sin que ésta se manifieste en una aplicación que la permita considerar el grado por el que la cualidad se considera cualidad. En el único reconocimiento de sí mismo como entidad, todo se considera como lo propio que no pudiera ser de otra manera, pues para considerar la alternativa es preciso que sea percibida en algún otro ser. Valorar, por tanto, el carácter o el modo de ser propio proviene de la relación, que entre un abanico de posibilidades de realizar la naturaleza humana distingue unas de otras asignando notas específicas del modo de ser, cuyo conjunto en cada persona se conoce como carácter.
Ese carácter se reconoce en cuanto se aplica en las relaciones humanas, cuyos actos o modos preferentes de obras marcan una tendencia que, en función de la comunicabilidad y aceptación ajena, va a determinar el grado de sociabilidad de cada persona. La comunicabilidad supone la vertiente subjetiva del carácter, que determina cuánto, cómo y por qué unas personas tienen facilidad para aproximarse y tratar a los demás, mientras que otras personas mantienen recelos para iniciar y sostener relaciones. La aceptación ajena es el objetivo reconocimiento por los demás de la atracción o repulsa que dimana un carácter para ser aceptado en relación. La comunicabilidad y la aceptación no funcionan necesariamente igual entre relaciones con distintas personas, pues, se tenga el carácter que tenga, se experimenta que cada cual se relaciona mejor o peor con unos que con otros; habiendo quien lo atribuye a la semejanza y otros a la complementariedad.
Ese acercarse cada persona a los demás determinado por su modo de ser, que conlleva impronta de entorno y educación, va a ser relevante para facilitar la convivencia, pues ésta no es sino un conjunto de relaciones personales que, obligadas o no, van a definir las satisfacciones o reticencias derivadas de su realización. Lo que cada cual aprecia en los demás,  le enseña modelos de comportamiento para ser aceptado, en especial cuando se desea intensamente convivir.
La facultad de conocerse a sí mismo facilita la tarea de conformar la propia personalidad corrigiendo o matizando las determinaciones del propio carácter, de modo que se gane en comunicabilidad y en integración al tipo de persona que facilita la aceptación y la convivencia. Una parte de esa modulación de la personalidad es el fin de la tarea de educación que cada persona recibe desde niño para integrarle en la comunidad. Tarea que se compone de reglas que observar, que cada cual asimila en función de su carácter y su experiencia personal en las relaciones.
Desde el carácter más o menos social, la personalidad reconoce el interés y la capacidad de implicación en la convivencia, y como consecuencia de ello la responsabilidad de habilitar su carácter para facilitar relaciones; para lo cual la personalidad se empeña en suplir las deficiencias del carácter buscando en los otros mutua tolerancia en el esfuerzo de adaptación.
Dominar el carácter no debe concebirse como la anulación de una parte de sí mismo, sino como la consolidación de la conducta capaz de obrar en la dirección correcta de la convivencia, según requiere en cada momento el entorno social en el que cada persona se desenvuelve. Es evidente que la marca del carácter siempre permanecerá, la que especialmente se manifiesta cuando los esfuerzos de convivencia que hace la personalidad no se sienten recompensados; ya que por mucho esfuerzo que se ponga en la comunicabilidad y en la gestión de las propias formas de comportamiento, como la convivencia es siempre relación de varios, nunca está garantizada la respuesta positiva, ni la comprensión mutua del empeño realizado. No obstante, el trabajo de madurez de la propia personalidad para facilitar la convivencia, aunque acuse fracasos, como las relaciones perduran mientras se viva, el hábito que se forja siempre encontrará provecho en aquellas relaciones que fraguan porque se facilita el entendimiento.
 

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