PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 7                                                                                                       MARZO-ABRIL 2003
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¿DÓNDE HACER EL BIEN?





La voz de la conciencia inquieta a muchos ciudadanos a moverse por la construcción de un mundo más humano y más justo. Son quienes consideran la necesidad de hacer el bien para encontrarse a gusto consigo mismos, dar un sentido solidario a su existencia y sentirse realizados.

En los países en vías de desarrollo la potencialidad de ayudar al prójimo está a la vista, inmediata. En el entorno vecinal y en la propia familia se conocen carencias de todo género en las que cooperar. La evidencia de las necesidades conduce la solidaridad de quien esté en disposición de ejercerla.
El problema en el ámbito social se encuentra en los países ricos o desarrollados. A sus ciudadanos se les puede considerar la misma motivación social, verdadera conciencia de colaboración pero la sociología de su nivel de vida les ha creado unos hábitos de movilidad que determinan y condicionan los ideales de conciencia.
La sociedad del bienestar, construida sobre la riqueza generada por la producción, ha desarrollado la mentalidad del primer mundo en torno a la concepción idealista de que todos las necesidades son atendidas con los impuestos sobre consumo y la renta. En la medida que se vive, se genera simultáneamente un bien que repercute en atender todas las necesidades sociales. De un modo prácticamente espontáneo se logra el bienestar común.
El contraste se crea cuando los ciudadanos del primer mundo contemplan las carencias generalizadas más allá de sus fronteras. Hasta dónde la propia responsabilidad haya de involucrarse con la sociedad global constituye el núcleo de esa inquietud de conciencia que, como un síndrome, por temporadas afecta a tantos ciudadanos.
La mayor carencia de las sociedades supradesarrolladas es la experiencia del ejercicio del bien. En la medida que casi todo está planificado, la asunción de responsabilidades se minimiza, y la conciencia colectiva termina suplantando la voluntad individual. La sociedad de consumo marca las pautas de actuación desde la cuna a la tumba. Apenas se tiene conciencia del bien y del mal, porque se ha vivido siguiendo la confortable norma de la sociología del progreso.
La experiencia del bien constituye, sin embargo, la mayor dimensión de la libertad. La rebelión del hombre que no se conforma con construir el mundo como lo haría una computadora. Quien se implica en la atención de afectos y libertades, en derechos y carencias, en la justicia y la paz. Aportar lo mejor de uno mismo a la construcción de la sociedad en que vivimos.
El escollo lo encuentran muchos en la aplicación real de sus intenciones. La duda y la incertidumbre que su colaboración sirva para promoción ajena, cuando en la enmarañada trama de asistencias también se ha introducido la trampa y el fraude. Qué grado de confianza alcanzan ONGs y fundaciones es vital para canalizar la cooperación de muchos estamentos.
A veces, el gran problema se genera porque la implicación de muchos ciudadanos atañe sólo a sus bienes y no a sus personas. Tan sólo en la medida de una aproximación real a las situaciones de carencia se experimenta la firmeza de la eficacia de la solidaridad y el inmenso campo de acción que nos rodea.
Suponer que la misma sociedad del bienestar no deja resquicios a la necesidad y al dolor no es más que una quimera. La carencia de afectos, la soledad, la integración, son necesidades que se suscitan en cualquier ambiente y que no resta sino saber descubrir. Quien quiera hacer el bien no tiene más que ponerse a hacerlo, y en la medida de la dedicación a su ejercicio descubrirá nuevas situaciones donde aplicarse que anteriormente pasaban para él totalmente desapercibidas.