PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 7                                                                                                       MARZO-ABRIL 2003
página 10


DROGAS






La deficiencia de un ordenamiento jurídico internacional sobre las drogas pone en relieve la diversidad del juicio social que a cerca de las drogas tienen los ciudadanos de cada país. El influjo de las variadas drogas, la repercusión de la producción o consumo, la incidencia del tráfico, determinan que los distintos sistemas jurídicos enfoquen los daños colaterales a la sociedad desde alguna particular perspectiva con más o menos tolerancia.

Por ejemplo, los países desarrollados tienden a disculpar el consumo, no consideran un delito el mismo, mientras penalizan con dureza el tráfico y condenan la producción. Lo que no deja de ser una incoherencia jurídico social.
Aunque la perspectiva de la droga presenta múltiples vertientes y encontradas opiniones, una posibilidad de profundizar en la repercusión ética que para la sociedad proyecta su consumo puede realizarse mediante el análisis de lo que la droga es y aporta en la responsabilidad pública del ejercicio de la ciudadanía.
El contraste entre la libertad personal y el influjo de los propios actos para el colectivo al que se pertenece es lo que determina la valoración ética de los actos particulares. Por derecho natural, la libertad personal no puede ser restringida más allá de lo que suponga una coacción a la libertad ajena. La dificultad se encuentra cuando sin atentar a la libertad ajena los propios actos suponen un influjo negativo y desestabilizados para la sociedad.
La dimensión social del hombre le implica en unas relaciones con sus congéneres de diverso tipo: laborales, familiares, políticas, etc. Estas relaciones están influenciadas, e incluso enmarcadas, por el modo de ser de cada persona y las decisiones que propiamente determina. El mundo de lo personal se proyecta inexcusablemente en el mundo de lo social. La dimensión ética de los propios actos, a la larga, viene determinada por su influjo sobre los demás.
Toda droga lo es en cuanto influye como una pasión sobre la voluntariedad del acto. En la medida que engancha un estimulante queda adscrito al campo de las drogas. El ejercicio libre de la utilización de la droga mengua en la medida que se reitera su uso, hasta que la ansiedad que se ha adueñado del individuo condiciona la propia libertad.
Esta es la primera contradicción que plantea el consumo de una droga: ¿Hasta dónde la sociedad para proteger la libertad del individuo puede incidir restringiendo sus propios actos?. Más sencillamente: ¿Se puede jurídicamente limitar el ejercicio de la libertad en el consumo de drogas para evitar la dependencia a las mismas, o corresponde únicamente a cada ciudadano asumir la responsabilidad de sus actos?.
El segundo escollo que se presenta en el juicio a las drogas es la verdadera valoración de los daños colaterales que produce la adicción a las drogas. Alcohol, tabaco, hachís, marihuana, cocaína, sintéticas, medicamentos opiáceos, etc., al tiempo que prestan o subliman un bienestar temporal reportan para el hombre daños colaterales tanto para su persona como en el entorno de sus relaciones sociales. Enfermedades que además del daño físico personal genera la baja productiva y los gastos sociales de atención médica. Encallecimiento del carácter que se exime de las responsabilidades. Violencia en la actividad de relación. Los daños colaterales por sí son suficientemente importantes como para que un sistema jurídico regule de alguna manera como prevención la ingestión de drogas. El problema se plantea una vez más en el límite de autocontrol de cada persona. La mayoría de los sistemas jurídicos abrogan por proteger el derecho al consumo presumiendo el uso responsable de la droga por cada sujeto, asumiendo el coste social de esos daños colaterales.
Desde el punto de vista de la filosofía social, la deficiencia ética del consumo de drogas hay que considerarla en su raíz, en la concepción individualista de la persona como un fin en sí mismo. La pérdida de la proyección social del hombre, de su responsabilidad de proyectar su ser en la generación y edificación de sus semejantes, implica el agotamiento de su dimensión relacional, la carencia del sentido ético: el juicio de la repercusión del acto propio sobre los demás.
El sistema de represión contra la droga será siempre una medida de limitado alcance mientras el uso de la misma sea demandada por el ciudadano. Los sistemas jurídicos que legalizan el uso y persiguen al traficante no dejan de mantener una gran contrariedad interna. Tan sólo la coherencia del sistema social que eduque en la libertad para el servicio y denuncie el individualismo congénito de la sociedad neoliberal habrá avanzado algunos pasos para que en verdad la droga pueda ser repudiada como un auténtico mal social.