PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 70                                                                                       SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2013
página 6


LA CERTIFICACIÓN DE LA VOLUNTAD
 
Considerar que el ser humano puede hacer ejercicio de la libertad está directamente anclado en que posee una voluntad que le permite elegir el bien y lo verdadero, pues, entre las   varias posibles, en virtud de su juicio de razón distingue lo que le conviene, no estando determinado por los influjos externos sino en aquellas operaciones que exigen una respuesta refleja. Esa independencia que avalora a las personas en virtud de la libre disposición de la voluntad humana entra en contraste con la constatación de que existen personas -quizá se podría pensar en que en algún momento les afecta a todas- que ceden en el ejercicio de la norma lógica de decisión de la voluntad rendidas a una influencia externa. Esta mayor o menor enajenación de la voluntad es determinante para evaluar el grado de libertad que conserva cada persona a lo largo de su vida.
Siendo de tanta trascendencia la voluntad humana, es bueno reflexionar sobre cuáles pueden ser los factores que inciden en ese debilitamiento, y su mayor o menor trascendencia sobre la conciencia y la responsabilidad. Conocer esas causas implica analizar los influjos que directa o indirectamente intervienen sobre la voluntad humana. Esos influjos son:
  • Las percepciones sensibles.
  • Las ideas mentales.
  • La reflexión intelectual.
  • Las intuiciones de la conciencia.
  • La ejecución del acto.
Las percepciones sensibles constituyen el primer grado de la comunicación de la conciencia con el mundo exterior, pero por ser el más remoto también es el que menos afecta directamente a la voluntad, aunque indirectamente ejercen una acción determinante sobre la mente, pudiéndola equivocar al calificar las percepciones que le transmiten los sentidos. En cualquier caso la causa del error no es achacable a la realidad externa, que no puede sino mostrarse tal cual es, siendo los órganos de los sentidos externos o los receptores de los sentidos internos quienes confundan una realidad con otra viciando en el origen la información sobre la que en último térmico la voluntad ha de decidir.
Las ideas mentales se corresponden con las abstracciones que elabora la mente sobre las imputaciones perceptivas de cada momento y las clasificadas en la memoria, fruto de percepciones pretéritas. Esa labor de la mente se puede considerar la frontera entre la correlación material de la información del mundo sensible y su procesamiento para descubrir los modos comunes de ser del conjunto de las substancias con que entra en contacto cada ser humano, considerando en esa aplicación no sólo las percepciones individuales, sino también las imaginaciones elaboradas desde los conceptos acumulados por el aprendizaje del entorno social. En ese procedimiento es donde se pueden detectar las primeras causas de la enajenación de la voluntad, cuando las ideas mentales elaboradas rompan la relación debida con la realidad, cuando de la distorsión entre la computación sensorial y la aplicación desajustada con el resto de las abstracciones memorizadas se generan ideas tan distorsionadas con respecto a lo real, que influyen determinantemente a que la voluntad decida sobre una base ajena a la realidad.
La reflexión intelectual trabaja sobre las ideas mentales, ajustando unas a otras según las categorías experienciales de la razón. Su proceso es similar a la actividad que la mente realiza para formalizar ideas desde las percepciones sensibles, pero el intelecto actúa sobre la base de las ideas mentales previamente elaboradas, ordenándolas en función de la experiencia de la respuesta de su aplicación. Ese procedimiento es consecutivo dentro de las categorías de tiempo y espacio, para diferenciar las ideas mentales espontáneas y las ideas que recogen la respuesta del comportamiento sobre la realidad de los actos voluntariamente actuados. La reflexión se corresponde con la primera ponderación de la acción de la conciencia sobre la realidad. Por eso, cuando esa aplicación confunde en las ideas mentales las que se corresponden a cada acción-reacción se dice que falla el conocimiento, cuyo error induce indudablemente a que la voluntad sobre el ámbito de lo reflexionado cada vez se aleje más de la realidad, por la falta de concisión sobre el efecto de lo obrado.
El conocimiento consiste en la memoria de los contenidos de verdad de los juicios de razón. Esa interpretación de la realidad depurada sucesivamente por la actividad intelectual no sólo es la condensación de coherencia de los juicios procedentes del análisis de las ideas mentales, sino que además cabe que la capacidad creativa de cada persona añada a través de las intuiciones intelectuales aplicaciones innovadoras a la integración de las ideas mediante juicios imaginarios sintéticos. Esos juicios, que no sólo se fundamentan en la percepción analítica de la realidad sino que la modifican con la intuición de aplicaciones desconocidas entre los elementos conocidos, son los que más en riesgo ponen a la voluntad de caer en el error cuanto más imposible sea la verificación a posteriori de la racionalidad de lo intuido, ya que la distinción entre la intuición creativa y la determinación mental imaginaria sólo se reconoce por la conciencia de la estructura del pensamiento intelectual, que en la imaginaria mental se impone como una pasión y en la intuición como una sugerencia racional.
El momento de la decisión de la conciencia a obrar constituye la apuesta de la voluntad entre lo cierto, lo razonablemente creíble y lo imaginario, porque, como el ser humano es creativo, la intuición siempre ronda la decisión de obrar renovándose, incorporando con frecuencia la audacia de experimentar en el acto de la voluntad la experiencia d la libertad.
 

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