PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 71                                                                                       NOVIEMBRE - DICIEMBRE  2013
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COMUNIDADES E INSTITUCIONES RELIGIOSAS
 
Cuando se habla de religiones, la referencia puede dirigirse tanto a la comunidad de fieles como a la institución que gobierna, porque ambas las identifican aunque de diversa manera. Por institución suele reconocerse la estructura jurídica, la jerarquía de gobierno, la depositaría y la gestión de los bienes materiales, la legitimadora de la doctrina, la directriz moral y en general lo que concierne a la personalidad jurídica e histórica de la confesión religiosa. Como comunidad se entiende el conjunto de los fieles que tienen por propia una determinada creencia religiosa. La primera engloba la definición teórica de la religión, la segunda su definición práctica.
Todas las confesiones religiosas comparten la creencia en un Dios espiritual, y basan su especificidad en alguna forma de manifestación o revelación de Dios que define su fe. En la medida que esa intervención profética se aleja en el tiempo, su interpretación fidedigna va a depender tanto de la constancia de la doctrina predicada como de su aplicación en cada entorno social.
Como lo propio y específico de las religiones refiere a una relación espiritual con Dios, se autoidentifican desde la legitimación con la voluntad divina para definir no solo en lo relativo a las creencias que justifican la verdad de esa espiritualidad, sino también a la estructura para su gobierno y custodia, así como a la acción debida para su difusión y perpetuación. De este modo se institucionaliza un modo de ser y obrar de los correligionarios en una estructura teóricamente avalada por la autoridad de Dios, que gestiona la fidelidad de los fieles con Dios y su realización moral en las relaciones entre los practicantes. La salvaguarda de esa gestión corresponde a todos y cada uno de los fieles, que son los sujetos de la comunicabilidad con Dios, al menos en lo que concierne a su ámbito personal; pero en cuanto a la configuración comunitaria, o sea lo que se comparte de esa fe entre todos, se hace precisa la puesta en común de la vivencia personal para que quepa considerar compartir una misma religión. Ahí incide que cuanto mayor es una determinada religión se dé que hay una mayor estructura institucional y una mayor diversidad entre las comunidades. Hasta cuánto una y otras sean leales a la efectiva custodia de la fe puede entrar en conflicto si entre ellas no existe la sincera comunicación que avala la comunión en la fe.
Nunca se sabe a ciencia cierta si en las religiones los fieles que las acatan son quienes sirven al sostenimiento de las instituciones, como conciencia viva de su naturaleza, o si son estas estructuras de gobierno las que se constituyen como servicio a la comunidad. Quizá una marca de qué tendencia predomina pueda encontrarse en si la gestión de la representación y el poder se construyen desde la asunción de esa responsabilidad por las comunidades, promoviendo o eligiendo entre los fieles destacados a sus pastores, quienes permanezcan próximos y atentos a las compresión y ayuda a esos fieles, así como disponiendo de sus cargos con responsabilidad y desprendimiento. Otra posibilidad es que la estructura de gobierno se disponga verticalmente, de modo que todas las responsabilidades pastorales se conciban como delegaciones de un poder capital al que se debe pleno acatamiento y obediencia, quienes designan a los que han de regir cada comunidad. Este modo centralizado de entender la religión favorece la disciplina de la fe, y da muestra de una apariencia de unidad que solo se constata si en verdad los fieles de las diversas comunidades se identifican con los criterios que esos pastores les trasmiten.
Cuando los pastores mantienen el nexo de unión con la comunidad porque provienen de la misma, el conocimiento personal que de ellos tienen los demás fieles favorece la humildad de a quienes se conoce por sus virtudes y defectos. El poder con el que gobiernan radica en la autoridad moral que dimana su personalidad, su vida de fe, su caridad y su celo por las almas, y no porque aparezca como el representante legítimo de la estructura institucional que le nombra para ese cargo. Reflejar así esa cercanía, desde lo singular a lo plural, desde lo simple a lo complejo, desde la comunidad a la universalidad, puede configurar una institución como religiosa porque confía en Dios y no en sí misma.
 

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